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Para Sobrevivir a un Jefe

Mujeres Humoristas Argentinas Cristina Wargon
Como cualquier persona razonable entiende (menos un jefe, que es por definición lo “no razonable”), en la vida de una mujer abundan los motivos para pegarse el faltazo a la oficina, llegar tarde o retirarse antes.
Voy a dejar de lado, aquellos que son incuestionables, como los crios enfermos y otros items amparados por la ley .Quiero mirar algunas cosas que nos ocurren y que los jefes no entienden.
Creo, por ejemplo, que un resplandeciente metejón —una de esas extrañas furias amorosas que nos agarran a las mujeres— justifican, de por sí, no menos de quince días de licencia. No sólo porque el amor es muy agotador, sino por el sinnúmero de tareas colaterales al tema: depilarse maniáticamente las piernas, lavarse la cabeza como una poseída, limar y pintar uñas, preparar calzoncitos de guerra y, por supuesto, esperar a que él llame. Sin embargo, ni los metrodelegados te consiguen una licencia por “eso”.
Mujeres Humoristas Argentinas Cristina Wargon
Otros percances comunes en la vida de una dama (casada, en este caso) son las conjunciones nefastas entre un lavarropas que no funciona, una pileta tapada, caños que pierden y dos niños con anginas.
Según mi modesto juicio y larga experiencia, semejante entrecruce nos habilita para una internación de urgencia en un loquero. Pero hagan la prueba de intentar convencer al jefe de la necesidad de un faltazo y verán cómo se le coagula el páncreas. Entonces, vayamos a lo seguro.
“LAS TROMPAS DE FALOPIO”
Aquí viene la solución: todos los hombres comparten una profunda ignorancia sobre cómo estamos hechas las mujeres, y un jefe no es ninguna excepción a esta regla. Pero, además, le da vergüenza. Por lo tanto, si usted quiere retirarse antes, llegar a la hora de los quinotos o encerrarse en el baño a leer, sólo necesita apelar a cualquier dolencia que tenga que ver con nuestras entrañas. No sólo conseguirá permiso, sino que se regocijará viéndolo tartamudear como un zapallo.
Mujeres Humoristas Argentinas Cristina Wargon
No sirven vulgares dolores de estómago o una apendicitis perforada. La lista de dolencias claves son las siguientes:
a) El dolor de ovarios: especial para llegadas tarde. Se acompaña el título con un vago gesto de la mano que abarque desde las amígdalas para abajo. Puede usar sus ovarios tantas veces como le guste, pues los hombres, en su divina ignorancia, llegan a creer que por el sólo hecho de tenerlos… ¡nos duelen!
b) La regla: indicado para encierros en el baño, con motivo de tareas recreativas. Puede mencionarse también como “el mes”, “la menstruación” o un “usted sabe…”, bajando púdicamente la vista. En verdad, no saben nada, pero los impresiona muchísimo. De cualquier modo, no es conveniente apelar a “la regla” más de diez veces por mes. Algún jefe puede saber que generalmente sólo tenemos una, y tal vez anda llevando la cuenta.
c) Las trompas de Falopio: para faltas reiteradas y huidas súbitas. Un malestar en tan misteriosa zona puede llevar a un jefe al paroxismo del desconcierto y la impresión. Y aunque la sola mención de estos órganos (que, dicho sea de paso, ni una sabe muy bien por dónde quedan) es un excelente argumento para cualquier eventualidad; es necesario a veces abundar en detalles para hacerlo más creíble.
De tal suerte, puede usted decir que sus trompas están:
1 – Tapadas.
2 – Torcidas.
3 – Cruzadas.
4 – Corridas.
5 – Extendidas.
6 – Y subsiguientes: infladas, contraídas, melancólicas, deprimidas, exultantes, etcétera.
Jamás he conocido excusa más noqueante que las famosas trompas. Estén donde estén… ¡Dios nos las conserve!
Para Sobrevivir a un Jefe
ULTIMO CONSEJO: LO NO ACONSEJABLE
Quedan aún dos vías más para neutralizar a un jefe, pero las dos distan de ser recomendables: la chupada de medias, que repudio, y la “vía horizontal”, que juzgo asaz peligrosa. En primer término, la susodicha deberá afrontar el odio cerrado de sus compañeros y, a corto plazo, salvo ocasionales milagros, el odio del infrascripto. Si el milagro ocurre, una dama puede hacerse de un buen marido, pero deberá soportar el ser jefa consorte (que de todos los puestos imaginables, es tan sabroso como masticar hormigas).
De esa absurda gleba de los jefes es imposible salvarse del todo. Una tiene que trabajar después de todo, y sólo nos queda, entonces, el arte de sobrevivir.
Espero pues, de todo corazón y de todo ovario que esto les haya sido útil.
Sin otro particular, quedo a vuestra entera disposición. Atte. Hágame tres copias y archive la que pueda.
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