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Los Zapatitos de Amparo
Ser abuela tiene una sola cosa que es molesta e insoluble: nuestros nietos tienen padres y ellos mandan, pese a que nosotros sabemos más que esos borregos. Experimentamos con ellos, los dejamos machucados por traumas de todo tipo pero finalmente aprendimos. Ahora, sabemos, tenemos más tiempo, menos ansiedad y amamos mejor…
Pero allí están ellos, tomando decisiones sobre nuestros nietos y una haciendo el interminable ejercicio de meterse la lengua en el trasero. Valga esta introducción para un largo debate cuasi pelea que tuve con mi hija por los zapatitos de Amparo.
Nuestra familia, por todas las ramas, tienen por costumbre tomarse en serio los casamientos y viajar en discreto tropel (somos pocos) de una punta a la otra del país a co-celebrarlos. Se avecinaba entonces un casamiento en Mendoza y en la familia de mí hija había comenzado la revolución que les precede: las mujeres se compran o consiguen pilchas, y en el revuelo de mujeres cayó Amparo (siete añitos) y alguien le regaló un reluciente par de zapatos. Algunos dedos señalan a Norita, mi consuegra, otros a Agustina, su joven hermana del corazón, nunca quedó bien en claro quién fue la culpable, porque mi hija enfureció de tal manera que nadie quería hacerse cargo de lo que se le venía (mi hija puede ser re mala cuando se enoja).
En ese estado de ir a temulenta me habló por teléfono para contarme la historia:
-Mami… Sabes que le regalaron a Amparo un par de zapatos nuevos? ( el tono de vos sugería que eran cien gramos de cocaína).
-¡Maravilloso! ¿Quién fue?
-Lo estoy averiguando dijo mi hija con la misma voz de asesina que la mina que persiguió a Bin Laden.
-No entiendo… ¿Hay algún problema?
-¡Si! Que todos saben que Amparo tiene un par de zapatos casi nuevos ¿para qué comprarle otros?
A continuación pasó a darme sus espantosos argumentos contra sociedad de consumo y lo mal que le haría a su hija, la idea del derroche.
Antes de seguir me gustaría aclarar que nunca tuve una romance con Pepe Mujica admirado presidente del Uruguay pero otro zarrapastroso impresentable, que concibe la vida como un largo mate en zapatillas (igualito a mi hija).Son coincidencias no vinculadas a ningún ADN.
Suspiré hondo, hice una fugaz revisión de lo que alguna vez le enseñé. No encontré ningún mensaje expreso contra los zapatos nuevos aunque en el acto reconocí que no era partidaria de los derroches sencillamente porque no había qué derrochar. Quizás allí se le confundió pobreza con austeridad y por algún camino personal dedujo que ambas cosas eran una virtud para legar a las futuras generaciones. Volví a suspirar. Tomé coraje y comencé con argumentos envolventes.
-¿Y Amparo cómo está?
-Chocha, ya la conoces (velada acusación que me involucra en la misma frivolidad).
– Y entonces si tu hija está chocha, ¿qué problema tenés?
– El mensaje mami… ella es muy feliz también jugando con sus amigas. Date cuenta si ella cree que la felicidad pasa por un par de zapatos nuevos.
Tomé coraje y me lancé
-A veces, hija, la felicidad sí pasa por un par de zapatos nuevos, al menos si sos mujer.
-¡Ja! Pero vos hace tres años que andás con zapatillas, replicó, siempre certera para la estocada.
– Supongo recordarás que tengo prohibido los tacos- usé voz de madre judía, que implica “tu pobre madre” y también “seguro que te olvidaste”. (Yo también soy una porquería)- Sin embargo te quiero contar algo-Me sentía más culpable que confesando un romance con un adolescente- el año pasado enloquecí de amor por unos tacos y me patiné casi un sueldo para tenerlos. Los usé sólo cinco minutos, pero de vez en cuando saco su caja dorada y los miro. Me hacen sentir, glamorosa, femenina, hasta flaca. Y pese a esto sigo teniendo las mismas amigas, creo en las mismas cosas amo la misma gente… Pero vos sabrás, “sos la madre”.
Resumo Amparo tuvo los zapatitos nuevo. Por esta vez bando de abuelas uno, bando hijos cero. Durará muy poco.