Carta a los Huevos y el Conejito

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¡¿Qué Pasó con los Huevos?!

Carta a los Huevos y el Conejito

Carta a los Huevos y el Conejito

Termino de salir del festejo del domingo de gloria, asado maravilloso con sobrinos, nietos y amigos del alma, y en la puerta, mi amiga Elsita me abrazó con alegría deseándome una ¡Feliz Navidad!

La confusión puede atribuirse al vino, en el que ninguna de las dos es austera pero, me parece que se debe más a que las cosas han cambiado tanto que se nos confunden los festejos.

Cuando yo era chica, allá por el Medioevo, proviniendo de una familia mixta, la fe religiosa no era nuestro punto más fuerte. Habiendo terminado la Segunda Guerra Mundial y con toda la familia de mi padre masacrada en el gueto de Varsovia , para “salvarme” ante un posible nuevo Holocausto, me pusieron en un colegio de monjas.

Mi fe era aun más floja que la de mi madre pero de ese largo trámite de colegio católico conservo algunos recuerdos de Semana Santa. Era un momento donde las monjas nos sacaban en procesión y se hacían además las Siete Estaciones rezando en otras tantas iglesias sombrías, recuerdo también los santos cubiertos por paños oscuros. La radio pasaba solamente música sacra, y la televisión repetía películas que ya eran antiguas cuando se filmaron.

Carta a los Huevos y el Conejito

El domingo ya había pasado todo y el lunes volvíamos al cole. ¿Y los huevos? No sé, en aquella época o no existían o no me los compraban. Corrieron los años y de pronto me veo entrando a la casa de mis sobrinos, con dos huevos de Pascua, para cada una de las nenas. Primera gafe. Fue algo así como llegar el día de Reyes con un regalo en la mano.

En el acto los padres se vieron obligados a explicar que el conejo había pasado por casa y me los había dejado para que yo los trajese. Lara y Flor escucharon la explicación con esa cara imperturbable que ponen los niños que “ya saben” para que los grandes pensemos que “no saben nada”. Con cierta ingenuidad (malicia pura) me preguntaron si conocía el nombre del Conejo… olí una trampa (¿me preguntaban por la marca del chocolate? ¿Por la casa donde los había comprado?)

Les respondí con su misma moneda: cara imperturbable y silencio. Lara que es la más dicharachera y que habla medio seseosa porque se le han caído todos los dientes de adelante, me explicó que el conejo se llamaba Lorenzo, y ante mi cara inescrutable que ya destilaba agnosticismo, Flor corrió a traerme ¡¡¡la Carta que le habían dejado al conejo!!! (¿Pero eso no era para Reyes?) .

La carta decía en rima bastante defectuosa y con letra casi ilegible: “conejito conejito decime tu nombrecito” y abajo el conejo había escrito Lorenzo.

 



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