Cristina La Fiestera (I)

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Cumpleaños en Lima

Cristina La Fiestera (I)

Cristina La Fiestera (I)

Un dia Roberto y Rossana, amigos-hermanos peruanos, nos invitaron a su cumpleaños numero cien
(sumados) en Lima. Era el proximo año, pero la organizacion ya habia comenzado Obvio dije que sí.

Como Roberto es un super ejecutivo, al dia seguiente tenía los pasajes en la mano temblé. ¿Hacer planes para dentro de un año, precisamente yo, que vivo el día a día como un trabajoso milagro? Con esa soltura de los agnósticos pensé: que sea lo que Dios quiere y Dios quiso muchas cosas durante ese año y finalmente decidió que las pasajeras seríamos mi hija y yo.

Debería aclarar dos cosas sobre mi hija, primero que está muy cerca de ser mayor que yo y segundo que lo único que claramente ha sacado de mí es esa imparable vocación por la felicidad cuando se presenta. Así que las dos revoleamos nuestras vidas por el aire y contra viento, marea, hijos y maridos nos subimos a ese avión rumbo a la fiesta.

Preparando los regalos

Según se sabe, salir del país es un verdadero lío cuando se trata de divisas, pero en ese tema veníamos
bajo la consigna “only one dólar”. Cada una aportó su dólar de la suerte y estábamos convencidas de que
no habría problemas. Por ese lado, no los hubo pero nos habíamos olvidado de los regalos.

Llevábamos dos cuadros hechos “a medida” por una maravillosa artesana cordobesa, con muñequitos que
representaban fielmente a nuestros amigos. Nos olvidamos que en nuestro país rige una ley por la
cual no se pueden sacar obras de artes originales. Lo aprendimos duramente cuando a Hermeto Pascoal le
sacaron una deslumbrante pintura de Jorge Cuello que le habíamos regalado y que le fue secuestrado.

Claramente lo que llevábamos era una artesanía, pero si los expertos todavía se arrancan los pelos para
distinguir el arte de la artesania ¿cómo confiar en un señor de la aduana quizás con mala digestión y sin dos dedos de frente? A punto de subir al avión, a la una de la mañana, el fantasma del señor se agrandaba en nuestras
fantasías ¿y si terminábamos presas?

Cristina La Fiestera (I)

“Mejor presas que caer con las manos vacías”, insistía yo, siempre torturada por los regalos y la autoridad.
Consideramos todas las formas posibles para solucionar el entuerto y finalmente la resolvimos de la
manera más fácil y arriesgada: envolvimos los cuadros entre la ropa en una valija dura, alzamos una
plegaria a Pachacutek, por los vidrios y partimos.

¡Lo cuadros llegaron fantásticos! ¡El gran Inca estaba con nosotros!

Hija que da consejos mas que hija… no se qué es

Valga aquí una digresión, muchas veces me han preguntado si tener hijos siendo casi adolescente era
bueno. Nunca supe qué contestar, en realidad una termina de aprender a ser madre cuando ya está en
condiciones de ser abuela.

Pero ahora afirmo rotundamente que es sensacional. Hay un momento en que todo se vuelve descansado,
y hasta se invierte. Yo ya no la tengo que cuidar más y ella me cuida a mí. Se ríe de mis rechifles, sin esa
mirada de leve censura de un marido junto al cual siempre hay portarse como una señora, antes que un ser
humano.

Sirva como ejemplo que entramos al free shop de Ezeiza a la una de la mañana y estaba absolutamente
vacío de cualquier vendedora. Sentí lo que un niño con un pasé libre en Disney Word, patiné de una punta a
otra probando “todos” los perfumes, me senté con la fruición de una mona ante cada stand de maquillajes
untándome con cremas de todo tipo y sólo el anuncio de abordaje me detuvo en ese placer indescriptible.
Mi hija mientras tanto, que es una persona a quien poco le interesa el maquillaje y usa un solo perfume, lejos
de condenarme, me acompañó riéndose. En pago por su impertérrito humor le cedí mi asiento en primera
(en el agotador cambio de pasajes que debió hacer mi amigo en Lima, terminamos con uno en primera y
otro en popular)

Finalmente: ¡Lima! ¡La emoción del reencuentro! Y la fiesta, a las que están invitados, cuando les cuente!

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