El Desastre de Ser Madre (II)

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Los Niñitos

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Con solo esperar algunos años, los bebitos pasan de la categoría de babosas implumes a la de bípedos parlantes. Es decir, de bebitos a niñitos. Las madres, con esa connatural insensatez que nos colma, seguimos haciéndonos pis por ellos; pero viendo la cuestión con cierta objetividad es difícil explicar por qué.
Es cierto que los niñitos no se hacen pis encima, pero, paralelamente, su mayor autonomía de vuelo los hace más efectivos en sus actividades. Y las actividades de una criatura oscilan siempre entre lo autodestructivo y lo meramente destructivo. De más esta decir que las madres prestan más atención a lo primero que a lo segundo. Verbigracia, se preocupan un horror para que los niños no metan los dedos en los enchufes o se tiren por el balcón jugando a Batman, mientras muestran un singular desgano si los querubes intentan electrocutar a un vecino o empujan por las escaleras a la ancianita del quinto. De este modo, los bebes, al ascender a la categoría de niños, se transforman en un grave peligro social, en unos inadaptados talle dos, que gozan de ventajas por el solo hecho de ser enanos. Nadie me podrá explicar jamás por que un señor que roba un banco va a la cárcel, mientras un niño que afana una figurita sale indemne, cuando, como es claro para cualquier lógica que no sea la materna, una criaturita no asalta un banco simplemente porque no puede. De cualquier forma, como toda sociedad tiene sus formas de defensa, igual van al reformatorio, perdón, quise escribir la escuela.

El Desastre de Ser Madre (II)

Volviendo al tema de las madres, quienes ya han cometido sus destrozos durante la lactancia siguen luego esparciendo estropicios en el nuevo periodo. Los niñitos tienen por costumbre aprender a hablar y, de natural imprudente, pretenden que la madre les explique en semanas lo que ellos nos preguntaron durante años y su progenitura no aprendió en toda su vida.
Se abre entonces un periodo donde cualquier palabra materna es condena y todo silencio es cruz. Hay preguntas a las que una no sabe que contestar (“mami, ¿por qué vivimos?”), hay otras que no sabemos cómo contestar (“mami, ¿por que ayer a la noche escuche que papa tenia como tos?”), y hay otras que una no desearía contestar (“mami, .por que no puedo decirle a la tía que tiene bigotes si vos decís que tiene bigotes?”).
Nuestros mayores, que a mi juicio eran muy sabios, tenían por costumbre no contestar nada, y los niños de antaño, la prudencia condigna de no preguntarles. Esta costumbre, altamente saludable en su exterior, pareciera que no fue igualmente óptima en su interior. Según la opinión de las nuevas generaciones, de esos abuelos salieron padres castrados y castradores, bastante adeptos a
toda forma totalitaria.
A mi me parece que no es para tanto, pero la tesis es difícil de desmentir con un libro de historia argentina al frente.
De cualquier forma, los niñitos de ahora preguntan sobre sexo, política, informática, cohetería espacial, anche “cunnilingus”. Todos temas en que las madres tocan de oído directamente no saben un cuis. Tartamudear es quedar como idiotas y debilitar por ende la imagen materna; contestar macanas es una alternativa a corto plazo; no contestar entra en la categoría de pecado mortal, que no se que daño psicológico puede hacerles, pero seguro que terminan fascistas.

(Continuará)

 



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