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Cristina Wargon: “Mi memoria evoca la felicidad”
Reportaje en Desterradxs Cristina Wargon
“La Wargon” es escritora, humorista y periodista. Trabajó en los medios más importantes de Córdoba y Buenos Aires, publicó libros, escribió guiones para teatro, participó (arriba del escenario) en propuestas teatrales que alternaban música, textos y humor. Ganó del premio Martín Fierro por mejor conducción periodística del interior del país en el programa Otros tiempos. Inteligente, pasional. Puede reír de casi todo y puede hacernos reír de sus desgracias que, muchas veces, también son las nuestras. En esta nota abriremos una ventanita para conocer postales y relatos de su vida, cuando la mira con lentes de “señora muy mayor”.
Cristina se sumó al Meet demasiado Wargon para ser cierto. Los ojos claros abiertos y atentos, los rulos alborotados esquivando con destreza la brasa del pucho que revoleaba mientras hablaba. Mostró una sorprendente experticia con la tecnología para una persona de su generación. Entre risas y humaredas virtuales pasaron dos horas de una conversación tan rica que impuso el sucio trabajo de tener que amputarla y dejó ese gustito a “¡quiero más!”.
“La muerte era todavía un rumor. La pandemia me la convirtió en posible. Ya pasé la edad en la que la gente se muere en las estadísticas, pero yo vivo más allá de la orden que tengo. ¡Como siempre! Veo dónde está el límite y voy un poco más”
Inicios de una biografía confusa
“Hay gente que nace en medio de un palacio y otras en medio de un repollo. Yo nací en medio de una confusión. Mis documentos dicen uruguaya-argentina. Queda claro que mi madre no pudo haberme parido en dos lados simultáneamente”, sostiene Wargon; y aunque se muerdan uñas de la intriga es imposible preguntarle cuándo, porque la edad “no es una pregunta pertinente para una mujer”.
Su padre era judío polaco y su madre católica francesa. “Los católicos me maltrataban por judía y los judíos no se tomaban ni el trabajo de maltratarme”.
“Geográficamente también mi historia es confusa. En mis libros dice siempre porteña de nacimiento, cordobesa por adopción”. Se equivoca quien sospecha que la confusión y el despilfarro de millas de la vida de Wargon terminan allí. Giros de la vida la mudan por el país y la traen a Mendiolaza al inicio de la pandemia.
“Mi cabeza no llegaba a la mesa de la cocina cuando le conté a mi madre que quería escribir una novela”. Una infancia de vocaciones claras dio paso a una adolescencia que le duró “cinco minutos muy intensos”. Recuerda un aluvión de granitos y “un tsunami de hormonas que confundía sistemáticamente con el amor eterno”. A los dieciséis años conoció a su primer marido, comenzó la universidad y poco tiempo después, embarazada de su hija, se mudó a Corrientes. “Abandoné las muñecas para casarme”, sostiene. Volvió a Córdoba retomó la Universidad y se graduó como licenciada en Letras Modernas.
Wargon dice que la parte más clara de su vida es el amor por sus hijos y la literatura. “Obvio quiero más a mis hijos, pero los libros no me han juzgado nunca, no han resuelto conmigo Edipo y otras tormentas, no han adolecido de adolescencia. Los libros solo me han dado sin pedir nada a cambio”. En su Facebook compartió una foto donde sus nietos la miran con devoción. “En comparación, los libros publicados y por publicar, las obras de teatro, mis matrimonios y mis amores fueron un juego de niños. En esas miradas hay noches de abuelas, hay cuentos inventados, hay juegos y confidencias. Delicados equilibrios entre lo que decir y lo que callar”. La escritora humorista de orígenes confusos y destinos inciertos, se dice madre y abuela “por amor y suerte”.
“Aunque en esa época desconocíamos la palabra, soy disléxica de nacimiento y escribía como si no lo fuera, ¡un quilombo! Había que revisar tres veces. Gracias a Dios no se dieron cuenta. Se supone que tener dislexia es una cosa seria, pero soy escritora. Eso sí, no quieran leer un original mío porque nunca voy a poner las letras bien y la ortografía es para mí un misterio del Señor”
En primera persona. Reportaje en Desterradxs Cristina Wargon
La partida
—Yo siempre dije que no me iría hasta que Córdoba me cerrara la última puerta en los dedos, y eso ocurrió. Subió Menem. Yo había jugado muy en contra de la elección del Turco. En Radio Nacional presenté la renuncia sin esperar que me echaran; en LV3, ya dándome también por despedida fui a la radio. Me acuerdo de un señor gordo que según mi memoria estaba armado (ríe), pero ahí puedo fallar. Hacía las veces de director. Le pregunté qué harían con mi espacio que, a todo esto, era un espacio de mierda. Todas las noches de 00 a 1 (Café doble). El señor me contestó: “Cualquier cosa menos dárselo a una periodista maldita como usted, porque nunca nos vamos a olvidar del daño que nos hizo”.
Y yo, que soy buenísima para las respuestas dignas que no puedo sostener más de tres minutos, le dije: “Me alegro mucho de haber dejado un recuerdo imborrable en sus corazones”, y salí. Me puse a llorar en el ascensor. Lloré desde ahí y no sé cuántos meses lloré. Empezó el periplo de conseguir radio. Ninguna tenía lugar. Me dijeron cosas como “esa judía comunista no entra en la radio”. Toqué todas las puertas que pude, que fueron muchas. Me quedé sin medios. Entonces, me fui.
Coco[i] estaba como director del Fondo Nacional de las Artes y fue reelecto otro mandato, allá fui. Lloraba en el colectivo. Me daba cuenta de que me estaba yendo pero me decía “me voy hasta que este quilombo se arregle y después me vuelvo”. Fui a la revista Humor y pedí que me tomaran por tres meses. Me dijeron que sí. Esos tres meses lloraba. Iba a mi pieza y agarraba una bolsa de fotos desordenadas. Con una lupa miraba foto por foto, los amigos, los hijos, y lloraba.
No usaba agenda, en ese momento me llamaban de todos los medios y anotaba y pegaba pedacitos de papel con cinta Scotch en la ventana porque “ya me volvía”. Un día Humor me nombró como planta estable y me enojé. Era una confirmación que no quería. Cascioli[ii] me dijo: “El día que quieras presentás la renuncia y te vas”. No me fui más.
Al poquito tiempo de estar, Buenos Aires se abrió. Fui y seré siempre agradecida. En Buenos Aires tenés una idea nueva y ya sos figurita por un tiempo. Empecé a conocer gente. Me invitaron al cumpleaños de Quino, no lo podía creer. Estaba María Elena Walsh con Tomás Eloy Martínez. Había humoristas, pintores, fotógrafos, escritores. Toda la gente que yo quería conocer en Buenos Aires estaba ahí. Me acerqué a María Elena, de la cual después me hice amiga, y me cacheteó. Era una divina, pero te cacheteaba mal. Era muy dura, muy irónica. Le digo… “¿sabés que te cité en un libro mío?”. “Sí, me citaste, y mal”, respondió.
Fue un libro que yo escribí en mi casa con dos pendejos arriba de la cabeza, lo menos que se me iba a ocurrir es que algún día me iba a encontrar con María Elena Walsh. Había citado de memoria. Todavía me acuerdo el verso, era El amor es más fuerte que antes pero uno lo cuida mucho más. Ella me dice “sí, pero yo nunca dije mucho”. Fue un error que no volví a cometer en mi vida. Nunca más cité de memoria. María Elena fue uno de los regalos que me hizo Buenos Aires.
Editó su primer libro en Buenos Aires. “Cascioli me dijo: ‘quiero editar un libro tuyo’. Yo no tenía libro escrito. Me pidió que seleccionara las notas que más me gustaban. Para mí un libro era una cosa sacrosanta a la que uno le ponía sangre, sudor y lágrimas; sino, no existía. Cuando lo presenté en la Feria del Libro eran colas y colas de gente para que lo firmara. Se tiraron tantas ediciones, 13,14, no sé cuántas. Fue una cosa infernal. Cascioli, cuando vio la vaquita con la leche, me pidió otro. Escribí el segundo y después el tercero, ese fue un libro muy muy trabajado[iii].”
Orgullos marca Wargon. Reportaje en Desterradxs Cristina Wargon
—El orgullo inmediato no es una cosa que me caracterice. En general, tiendo a retraerme. Si vos me decís “yo te admiro”, pienso “vos no leíste a Marguerite Duras”. Esa es mi sensación en general. A lo largo de mi carrera encuentro solo dos cosas que me gustaría que no se perdieran. Una es el reportaje a Menéndez[iv] hecho durante la dictadura. Me dio mucho miedo cuando lo hice y mucho orgullo, con el tiempo, cuando me di cuenta de muchas cosas. Es la única nota que se le hizo durante la dictadura preguntándole por los desaparecidos y por las Madres de Plaza de Mayo.
Tuve que responder muchos reportajes sobre cómo hice ese reportaje. No lo tengo, no guardo nada pero me hace sentir orgullosa. Lo hice con la inconsciencia de siempre. Estaba viendo “a ver a quién carajos reporteo” y me dije “voy a probar…” Menéndez me dijo: “Bueno, envíenme un cuestionario”. Y yo: “¿No le tendrá miedo a una mujer, general?” y me respondió: “Yo no le tengo miedo a nada. ¡Véngase ya para mi casa!”. Me subí al coche de los pibes que cubrían deporte los sábados. Me llevaron a las puteadas y me tiraron en Bajo Palermo. Se bajó el fotógrafo, que sacó tres fotos con desgano y se fueron todos. Me quedé yo ahí sola con Menéndez. Me siento muy orgullosa de haberlo hecho.
También de La dama de las Orquídeas[v], una nota que debe estar perdida pero es más fácil de encontrar. En ella hay una foto tomada en los años 30 a una mujer que tiene una orquídea y está con un señor con una especie de jacket. Ella era mi tía. Está tomada con la inocencia de época de gente acomodada. Ellos no sabían cómo iban a terminar. En la nota se narra cómo ella termina muerta en el gueto de Varsovia y a él lo llevan a trabajar los alemanes. De ellos sobrevive solo una hija, que nació éntrelos bombardeos y termina viviendo en Argentina.
De esas dos notas me siento orgullosa. Las dos dan testimonio desde adentro de eventos tremendamente relevantes y ambas se hicieron sin afán de trascendencia pero con una gran intención de contarlas.
“A partir de la pandemia incorporé una frase desconocida en mi vocabulario: ‘si Dios quiere'”
Cristina y el miedo
—No me pusieron ese gen en la mamadera. Soy temeraria. Ahora, en plena pandemia, después de décadas de peatona, me compré un auto. Le hice todos los controles, saqué el carnet. Por supuesto que tuve ayuda generosísima para hacer todos los trámites, pero con ese auto crucé tres provincias en pandemia, desarmé todo un departamento, saqué y regalé toneladas de libros con el costo emocional que supone.
Las bibliotecas estaban cerradas. La Biblioteca Nacional me contestó cuando ya estaba en Córdoba. El dolor de tener que elegir qué libro tirar, cada libro significa algo en tu vida, así sea el más pedorro. Eso fue mucho trabajo. Emoción, dolor, pero no miedo. No tengo miedos. No le temo a nada. No tengo miedo a la muerte.
No me gustan cosas, no me gustan los militares, ni la policía; no me gusta la autoridad ni ese tipo de cosas que marcan límites. Soy una persona que no respeta los límites. Debería contarte algo más heroico pero no se me ocurre. A veces, en actos que algunas personas pueden sentirse heroicas yo me sentía bien. En las calles, cuando me tiraban gases, para mí era un momento para sacarme una foto. No te rías, efectivamente lo hice.
Cuando fui a la marcha por los jubilados durante la gestión Macri me pegaron y me saqué una selfie. El acto de heroísmo era mostrar mi cara sin maquillaje (ríe) y pensaba “podré poner esta foto en Facebook que ¡soy un sapo!”. Mirá el dilema femenino pelotudo que se me ocurrió: dudar si era más importante que nos estuvieran pegando con palos o poner una foto con los pelos pegoteados por los gases y la cara sin maquillaje. En medio de esa escena me sentí muy bien.
Ese día yo estaba en cama mirando televisión y me habla Gabriela preguntándome qué estaba haciendo. “Mirando la marcha”. “¿No vas a ir?”. Con esa voz de hija que han llevado a todas las marchas desde chiquitita.
Con ella fuimos a la otra, en la que también nos pegaron, cuando cayó De la Rúa. Una marcha que fue absolutamente espontánea. Coquito no quería que marcháramos. Había militado toda su vida, pero no quería ver a su mujer y a su hija en una marcha. Entonces le armamos un verso: “Tenemos que ir a ver a la tía Nena que se descompuso”. Nos calzamos zapatillas las dos. ¡¡¡No!!! Yo iba con taco alto. Fui ridícula total a la marcha. Además, me tomé un taxi. Gabriela se cagaba de risa. “¿Cómo vas a ir a la marcha en taxi?”. Fui muy cómoda. Después tuve que correr, nos tiraron gases, nos pasó de todo en esa marcha.
Fue maravillosa. Había muchos niños. Se había armado una gran convocatoria sin banderas. Todavía no habían entrado los partidos políticos y la pelotuda, yo, dice: “¡Vamos a ir a ver qué pasa delante de la Casa Rosada!”. Entonces empezamos a avanzar y terminamos adelante. Había una fila de motos que habrá sido Gendarmería o la Armada y, en un momento, empezaron a avanzar y a reprimir. ¿Quién era la primera que estaba adelante? Yo, por supuesto (ríe). Corrí, me caí y me cagué, nos gasearon. En general no me siento muy heroica. Como no tengo miedo no tengo oportunidad de sentirme heroica. El miedo no es lo mío.
“La ciencia nos regaló años que ya no están en ningún mapa. Esos son los que estoy transitando. Los años me han enseñado que el sexo todavía existe y que no hay cosa que frene tus ganas. Ni la pandemia ni las pelotas. Me han enseñado que hay todo un recorrido para hacer que no está descripto en ningún lado”
Maléfica Wargon
—Me sentí mala muchas veces. Primero separemos lo que es iracundia de lo que es maldad. Soy una persona muy mansa pero de reacciones violentísimas, más de las que se puedan narrar en una nota sin ir presa. A eso no lo considero maldad porque no lo puedo controlar. Es como otra persona que está dentro de mí y que, cuando sale, no puedo parar. Por suerte no pasa casi nunca. Además, ya no tengo ni fuerza ni puntería, así que me voy a salvar de ser condenada por asesinato. A estas veces no las cuento. Como decía Lacan, es culpa de “señor que te sabe sin vos saberlo”. De las cosas que están en el inconsciente no me hago cargo. En todo caso, que actúen mis abogados después.
Hacer una maldad es cuando la pensás y decís “te voy a hacer esta maldad”. La última fue hace poco con alguien que me estaba prepeando mal. Yo ya estoy muy grande. Si vos me hacés algo que no me gusta ya sé por qué me lo estás haciendo, y también sé qué contestarte para que te duela. Esa es una ventaja de los años. Ya no recuerdo qué me hizo. Mi respuesta fue el silencio, una cosa que manejó muy bien. No contesto nada. Mantengo el silencio y eso desespera. Es una maldad a la que recurro. El grandísimo Shakespeare hablaba del “veneno en la oreja”, que es genial. Es lo que tenés a mano: poder decir algo y que sepas que duele. No tengo grandes arrepentimientos porque no tengo grandes maldades. De mis actos de iracundia sí me arrepiento.
“No quiero saber más nada con los medios. Soy muy crítica con ellos. A veces me da vergüenza cuando leen infamias o mentiras asquerosas. Hay un tiempo para todo y mi tiempo para los medios ya pasó”
Ridiculez, inteligencia, belleza y el paso del tiempo
—Soy ridícula todo el tiempo, no paró un instante. El día de más calor del verano, yo instalándome en Mendiolaza, estaba acostada en la pieza que sería el escritorio, tirada sobre un colchón en el piso con la puerta abierta, trabada con una lata de duraznos de Carrefour y abrazada a un peceto congelado para refrescarme. Desde el piso, aferrada al peceto, miraba pasar los pájaros que generalmente me dan todo y decía: “¡No puede ser!, ¡la puta madre, ¿por qué no estaré en Nueva York? ¡Pájaros de mierda!”. ¿Ves? Soy muy ridícula.
Siempre me sentí inteligente. Toda la vida. Fea también. Sartre escribió Las palabras, una biografía donde habla de su madre. Dice que descubrió que fue linda cuando era grande mirando las fotos. A mí me pasa eso. Siempre me sentí fea, pero ahora, cuando veo fotos, digo “no era fea”. Nunca me parecí ni me parezco linda. Lo que sí me parece es que logré con el paso del tiempo una serenidad que no había tenido. Una comprensión de la vida, una inteligencia, más allá de esa cosa chispeante o rápida que siempre tuve. En mi sitio web hay una foto mía de bebé y otra de grande. Esa mirada de bebé es la misma que me veo ahora, es una mirada compradora, curiosa. Siempre me sentí inteligente pero la serenidad te la dan los años.
“Ya no hay ni mercado para nosotras. Nos venden pañales descartables y Corega para los dientes y no hay más que eso. Es otra etapa, otra manera de ver la vida. Otra sexualidad. Ese es el libro que me gustaría escribir. Me da cosa porque sería notablemente escandaloso. Son sentimientos de 20 años. Hoy todo está para mí mucho más permitido que a los 20 o los 30. No sería un típico el libro Wargon”
La chica de diciembre
—Un día me habla una chica que estudiaba fotoperiodismo diciéndome que estaban haciendo un calendario con mujeres y si quería posar. Dije “voy a ser chica de calendario”. Me imaginaba regalándoselo a mis nietos. Yo era una señora muy mayor ya. Llegaron y me sacaron esta foto. Fui la chica de diciembre. Las fotos son maravillosas y era parte de un calendario lesbo-kirchnerista (ríe). Son fotos que son la antítesis de lo femenino. ¡Yo que pensaba que sería un calendario para pegar en un taller mecánico! Cuando lo vi, quedé chocha.
2021: un hogar en Mendiolaza
—Hoy soy prisionera de una rosa esperando que florezca (ríe). Doy talleres de humor por Zoom. Hace 14 años que los doy. Fue un invento mío. Existe el Taller de la Risa que da Pécora, pero están más orientados al teatro. En mi Taller de Humor doy la teoría y la práctica. En realidad es un lugar donde la gente que se suma y participa, no son alumnos, son cofrades. No sé cómo decirte.
Son grupos muy sólidos. Se hace mucho de humor. Algunos son graciosos naturalmente. Otros van aprendiendo al compás de los talleres. Son espacios en los que te vas a reír mucho siempre. Empezamos con teoría, pero si la cosa corre para otro lado, yo también. He comenzado leyendo Castaneda o leyendo frases de Freud y el taller va cambiando con los años. Mi mejor clase fue una en la que ni siquiera mencioné la palabra humor.
“No hay que estar saludable para ser feliz, hay que ser feliz para estar saludable y Córdoba me estaba esperando con mucha felicidad”
La vuelta a Córdoba. Reportaje en Desterradxs Cristina Wargon
—Sería muy rebatible la idea de que me fui de Córdoba. Mi partido no fue irme a triunfar porque esto me quedara chico. Me hubiera quedado en Córdoba a vivir hasta la muerte. Ahora, tengo que ser honesta: mi relación siempre muy viva, muy fuerte, no es con Córdoba sino con mis hijos, mis nietos y con Mendiolaza. Ellos viajaban mucho para allá. Yo venía mucho. Llegaba a Villa Allende. Si no había un festival de humor o algún trabajo, no pisaba Córdoba. Mendiolaza es un lugar hermoso. La naturaleza me llama desde siempre. Están mis hijos. Me dije: “Me voy a morir, no está en mis planes, pero me voy a morir y cuando muera tengo que estar en Mendiolaza”.
Una vez, no hace mucho, me hicieron un estudio y dijeron que me iba a morir. Era una ecografía mal leída. Cuando ya había consultado a todos los cardiólogos de Buenos Aires y todos habían dicho “te estás por morir”, entonces llamé a mis hijos. Después me enteré de que se habían juntado para ver cómo se organizaban, quién iba, quién se quedaba. Así que dije “voy a ir a Mendiolaza a morir, voy a ir a vivir bien los años que me quedan y a prepararme amablemente para esa cosa que te tiene que ocurrir que es la muerte.
Me gustaría tener una linda casa en Córdoba, una que yo ame”. Entonces decidí venirme. Antes, me tiré el I Ching. No soy esotérica, pero me lo tiraron y pregunté qué tenía que hacer. En Buenos Aíres yo estaba muy bien. Habían pasado algunos años de la muerte de Coco, me había acostumbrado a estar sola, tenía una vida redonda, llena de cosas que me gustaban. Pregunté al I Ching si era el momento y sí, era. ¡Y cuídate de mí cuando decido algo! Planeo y lo hago. Me puede salir para la mierda. Puedo poner una fábrica de sombreros para gente sin cabeza, pero lo hago. Así me vine.
Desde que lo hice tengo mucho bienestar, muchas cosas hermosas. Algunas que jamás imaginé. Yo venía a morirme y, en lugar de eso, retomé mis cursos con toda mi fuerza, estoy disfrutando mucho de mi casa y de la compañía. Nunca imaginé que Córdoba iba a hacerme tan feliz.
Libros: El descabellado oficio de ser mujer, De mujeres, varones y otros percances, Mujeres por la mitad de la vida, Oíd mujeres el grito sagrado, Una Eva sin adanes, Acaloradas (en colaboración con Esther Feldman) y Socorro, soy mujer[vi].
Revistas: En periodismo gráfico se destaca su paso por la revista Hortensia y la revista Humor. Durante 2015 fue directora de la revista Debe Haber Humor, donde coordinó a escritores, dibujantes, artistas plásticos, humoristas de diferentes puntos del país. “Nunca sabré si fue buena o mala, pero me dio mucho trabajo y la hice con mucho amor. Mucha gente joven, dos generaciones más chica que yo, con ganas y alegría de trabajar conmigo. Eso me dio una sensación de que no todo había sido en vano”.
Reportaje en Desterradxs Cristina Wargon
[i] José Félix “Coco” Feldman fue el segundo marido de la escritora. Convivieron hasta la muerte del artista plástico en 2015.
[ii] Andrés Cascioli, director de revista Humor y Ediciones de la Urraca
[iii] El tercer libro de Cristina está prologado por María Elena Walsh y el fotógrafo Gonzalo Martínez (hijo de Tomás Eloy Martínez) ilustró la tapa del primero.
[iv] Luciano Benjamín Menéndez.
[v] Editada en El Cronista de Buenos Aires.
[vi] Los dos últimos con exitosas puestas teatrales que recorrieron Latinoamérica. El descabellado oficio de ser mujer, Oíd mujeres el grito sagrado y Mujeres por la mitad de la vida fueron bestseller. Su última reedición es de 2019.
Reportaje en Desterradxs Cristina Wargon
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