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Las Abuelas no Existen Más
El Sexo de las Abuelas Cristina Wargon
Los gays quieren ser madres como las mujeres, los varones quieren ser sensibles como los gays, las mujeres, seres humanos, ¿entonces no habrá que echar un vistazo a las abuelas y, antes de preguntarse qué quieren, saber qué son? ¿Es que acaso todavía existen las abuelas?
Esta abuela, exactamente como todas, es también una mujer, ¿cómo no escuchar entonces el viejo chiste masculino: “no me importa tener un nieto, me molesta dormir con una abuela”?
Después de mucho darle a vueltas le digo a mis hermanas que el chiste es reversible: el señor que les dice eso “también” está en el mismo trance y, si le fastidia tanto, hágasela fácil, no duerma con él. Duerma con otro, que siempre rejuvenece. Si se permite pensarlo, considere por un momento que este mundo está lleno de señores que no son todavía ni siquiera padres y lucen mejor que un abuelo. Fantasear no es pecado, preocuparse por pavadas, es imperdonable.
De cualquier modo, la palabra “nieto” pareciera que nos muerde y nos devora un pedacito de sex appeal pero antes, lo apolilla, y si “madre” es algo reñido con el erotismo, “abuela” nos deja fuera de cualquier campeonato. He allí a nuestras divas cincuentonas que se rehúsan a fotografiarse con sus hijas mayores y no permiten jamás que se las vea con un nieto. Dentro del catálogo de la eterna juventud un nieto entra dentro de lo obsceno. Es, junto con el aviso de una nueva vida, un anuncio de nuestro propio deterioro y otro pasito más que nos aleja del centro de la escena. Un pase a un tercer plano, ya que el segundo queda para los hijos y el primero, obviamente, para los recién llegados.
Ser abuela hoy
Puesta a investigar el caso, lo primero que descubrí es que las abuelas no existen más. No al menos la de los cuentos, de canas blancas, tejidos interminables y esa paciente vigilia frente a los calderos de la cocina. Y no se trata de que yo sea una yegua fumadora, que vive en esta ciudad rabiosa, atormentada por una computadora y algo trastornada de seso. Pongo como ejemplo y testimonio a mi co-abuela Marta, que vive dulcemente en Villa María, amasa los fideos a mano. Hace conservas de todo tipo y, (¡esto es un milagro!): sabe qué número de zapatos debe comprar a cada nieto sin tenerlos al lado; una suerte de adivinación que, puesta al servicio de la lotería, nos haría a todos ricos.
Sin embargo esta abuelita perfecta, tiene el pelo castaño, juega al tenis, ayuda a Cacho, su marido en el negocio, se reúne con sus amigas, adora viajar y le encanta tomar cerveza. Estas son las clases de abuela que nos ha deparado el siglo XXI y el formato me parece encantador. Todavía falta la opinión de los nietos que la sabremos cuando sean grandes pero desde ya me anticipo a decir que si no están conformes son unos desagradecidos.
Pero también hay otro tipo de abuelas: las tilingas inevitables que buscan los mil modos para que los nietos le digan Marce, Nori, Pichi, o cualquier otra boludez con tal que no les enchufen el “abuela”. Sólo digo en su descargo que es embarazoso ser abuela si andan teniendo un amante demasiado niño, aunque si es así: ¿para qué los juntan con los nietos?
Están también las que, por vocación o imperio de las necesidades de los hijos, se dedican a criarlos, y las que no aceptan esa tarea aunque vengan degollando. El argumento es siempre el mismo “yo ya los crié a ustedes, ahora ustedes tienen que criar a los suyos y yo tengo derecho a hacer mi vida”. También razonable pero un poco prusiano para mi paladar.
El Sexo de las Abuelas Cristina Wargon
Quizás las dificultades para definir a una abuela nazcan de la misma ambigüedad de serlo, estrictamente una abuela “es una mujer cuyos hijos tienen hijos”; definición que no aporta nada a esa esencia que se me escapa. Tal vez sea útil señalar que, pese a ser una relación entrañable y que dura de por vida; ser abuela depende terceros que nos propinan o nos niegan un nieto sin consultarnos.
Sin embargo, creo que el secreto de la abuelitud está en que es una tarea; cargo, o parentesco que depende estrictamente del deseo de cada una y que a diferencia de la maternidad, la hagamos como la hagamos; no puede dañar a los críos. Si una madre ignora o sobreprotege a sus hijos, alimentará de por vida a un analista, si una abuela intenta hacer lo mismo; los nietos le asentarán una patada en el tujes y proseguirán su vida cantando bajito. Ser abuela entonces es impune, no hay responsabilidades ni culpas en ese cargo, cada una puede hacerlo como quiere, sepa o le guste. O no hacerlo. Lo que transforma a la tarea en un camino aún más incierto.
De cualquier modo yo ya sé cuál es el mío. Es un inmenso huevo de Pascua, un cuento a leer o inventar, música para bailar, una semilla para plantar, cine para ver, títeres, libros y teatro… Un postre delicioso que no estoy obligada a comer aunque bien pueda morir del empacho.
Cristina Wargon y la Cama
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