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Un dilema que atraviesa generaciones. A los veinte también te puede ocurrir con un varón medio tuerto
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Confusiones de Invierno
Por Lidia Poggio
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Estaba en la cola de Anses para hacer un trámite rutinario. Jueves de julio. Hacía frío. Eran las ocho de la mañana y yo estaba despeinada, hinchada y malhumorada. A esa hora y con el apuro de la madrugada no me había maquillado y no había cuidado los detalles claves de toda gorda asumida. Que el sweater tape la cola, caminar con las nalgas apretadas, pararse con una pierna cruzada sobre la otra, hombros arriba, panza adentro y tetas arriba. A esa hora insana una quiere zamparse tres medias lunas y volver a la cama.
Aquí los Varones
De pronto veo que tres señores muy agradables, mayores pero no decrépitos, me sonríen y me hacen señas. El resto de estrógeno que aún debe circular por algún lado me erizó los pocos pelos que me quedan. Pensando que mi sex appeal había trasvasado la barrera de los años y de los kilos, desvié la vista en una actitud pudorosa. Una rápida mirada al cristal de la puerta me devolvió con creces mis espantos, temores y complejos acumulados durante 70 años. Vi, con horror, que mi panza sobrepasaba mis lolas, así que inspire y la metí lo más que pude, rogando no se me escape ningún gas aprisionado.

Confusiones de Invierno
Recatadamente (una fracción de segundos después), volví a mirar otra vez a los señores y curiosamente, por no decir milagrosamente, seguían sonriendo y haciéndome señas cada vez con más entusiasmo. Lamenté no haberme bañado esa mañana, porque parecía que mi vida estaba por dar un giro excepcional. El juego de miradas siguió y me vi en la disyuntiva de elegir a uno de los tres para clavarle mis pupilas escondidas detrás de un par de anteojos que a su vez disimulaban mis parpados caídos.
¿Existen los Milagros?
Mientras pensaba que los milagros existen, elegí al que parecía más sanito, como para que me dure un tiempo sin tener que cambiarle los pañales. Música de violines no había pero era evidente que hubo conexión, un chispazo hormonal, porque él se paró y comenzó a avanzar hacia mí. Era alto delgado, canoso con un andar ágil y seguro que vislumbraba próstata saludable y un buen desempeño, o al menos “algún” desempeño, en la cama. Internamente me dije “allí viene mi Botero, admirador de mis redondeces”. Yo le sonreía mostrando la dentadura superior, con sus fundas relucientes recién estrenadas, el corazón me estallaba… (¿Estaba bien ir a la cama a la primera cita? ¿O debía esperar a la tercera?)

Confusiones de Invierno
Con una sonrisa de oreja a oreja, el apuesto señor me dice -Señora… (Yo le sonreí con mi más ardiente expresión. Gracias Santa Rita, decía para mis adentros).
Él repite -Señora… ¿Se puede correr un poco. Nos está tapando los carteles de los números y ventanillas de atención.
El café con leche con 3 medialunas que me zampé a la salida me curaron la desilusión.
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