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Que un par de años no es nada…
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Seis Meses En Pijama
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Era en Buenos Aires y en todos los calendarios el 18 de marzo. Era mi cumpleaños. En el aire ya había algo raro, cuando entró mi hija como una tromba, recién llegada de Córdoba. ¡Visita sorpresa! La abracé y me puse a llorar, Sí, algo estaba raro. Educada en la filosofía sioux, que imagino no lloran por pavadas, llorar de felicidad nunca fue mi estilo, pero allí estaba abrazada a su cuello y ¡llorando! A la noche llegaron dos amigas del corazón. Mónica y Liz, cada una con su regalito. Mónica una pava como para que tomara mate alguna princesa de Disney y Liz, una remera de lamé.
La primera apuntó a lo que soy (una quemadora de pavas serial) y la otra a lo que me gustaría ser: una persona que se siente feliz con algo de lamé pero jamás se lo compraría .Pasé un cumpleaños feliz, muchas risas, mas bromas, algunos chismes y ese bienestar que se siente cuando un grupo de mujeres de historias entrelazadas, simplemente se juntan. Pero todo estaba raro.
Al día siguiente el Presidente hablaba al país y anunciaba la peste y quince días de cuarentena. En el acto mi hija, veloz en sus reflejos, descartó su avión y decidió volverse a Córdoba en ómnibus ese mismo día. “No voy a dejar a mi hija sola dos semanas y me parece que deberías venir conmigo”. Remató con: “Vos decidís pero sabe que si te pasa algo nos partís la vida en cuatro… estamos demasiado lejos”. Nunca discuto con mi hija, con los años se ha vuelto más inteligente que yo y me gana siempre… además, ¿quince días de vacaciones en Córdoba? Era una idea tan deliciosa que me sumé en el acto.
La Valija: Esa medida de tu locura
Alguien debería estudiar la estrecha relación que hay entre una valija y la medida del rechifle de su dueña. O pongo cosas que nunca usaré, o me largo simplemente con una cartera, donde me falta todo. Me encantaría decir en mi descargo que fue la pandemia la que me llevo a armar esa valija de mi perdición, pero, no la vi venir… ¿Quién pudo adivinar que nuestras vidas se quebrarían para siempre? ¿Que el mundo conocido, objetable, pero al menos cierto, iba desaparecer? ¿Que de pronto me sentiría hermanada con algún japonés ignoto que estaba en la misma? Sin embargo, ¡¡¡¡¡todo estaba raro así que mi valija, que jamás fue atinada, esta vez cargó cinco camisas de seda (por supuesto que la remera de lamé) un pijama y nada más!!!!!
Y aquí estoy en pleno Mendiolaza cumpliendo mis seis meses en pijama…ese japonés hermano en la desdicha, seguro que se organizó mejor.
No debería quejarme del pijama que quedó tatuado en mi cuerpo pero al dorado otoño de Mendiolaza le sucedió el invierno .Debe haber otros modos de sufrir pero un invierno de este pago con hasta 5 grados bajo cero, no se lo deseo ni al esquimal más malvado. Muchas manos corrieron en mi auxilio, las cancheras zapatillas deportivas fueron reemplazadas por dos cosas, cuyo nombre desconozco, De lana, rellenas de corderito y el mismo glamour que un jubilado jugando un campeonato de bochas… pero adoré a mi hija cuando me las trajo de regalo. Ambas nietas aportaron sendas calzas (me la ponía una sobre otra y abajo el pijama, por supuesto). Alguien aportó una bolsa de agua caliente y en la casa extremaron la calefacción, cosa que agradezco pero a fuer de ingrata digo que, salvo que hubiese podido dormir adentro de la salamandra, me sirvieron de poco.
Navegando la Pandemia Tuve Covid 400 Veces
Los primeros quince días envuelta en mi nube de ignorancia y optimismo (pueden leerse como sinónimos) estuve de vacaciones. Durante la semana en lo de mi hija y el fin de semana en lo de mi hijo a pocas cuadras.
Nada más bello que Mendiolaza en el otoño .Como ya lo canta la zamba: “El sol en las altas moras, desnuda su tibio alarde y horneritos de papel pintan la piel de la tarde”
Nadie más contenta que yo de haber salido por un ratito de la ciudad de las furias.
Después caí en cuenta… con la boca abierta de estúpido asombro de que se trataba de otra cosa: la peste había llegado… la peste negra, la bubónica, la peste de Camus, todas se hicieron una en mi cabeza y el resultado siempre me daba igual: me podía morir en cualquier momento. ¡¡¡Yooo tan nacida para inmortal!!!! Asumí entonces un perfil Sanmartiniano… Si cualquiera podían ser mis últimas palabras. Que no quedara en mi familia el recuerdo de la vieja que reventó mientras decía “bajá el audio pendejo”. Quería algo luminoso que fuera rememorado por las futuras generaciones. Hasta imaginaba mi busto con el dedo apuntando al naciente, sin panza y con los rulos de bronce al viento, señalando un destino trascendente. Mi familia me miraba desconcertada al ver había emboludecido de pronto, pero como la consigna para convivir es ser amable, se abstuvieron de todo comentario.
Prescindiendo de lo Imprescindible
Esto de atravesar la cuarentena ha sido escalar una montaña sin saber si habrá algún lugar para hacer cumbre. Es como la misma vida pero sin fantasías y con una brutal certeza compartida por el planeta: Nos vamos a morir, no se sabe cuándo ni cómo y en un mundo distinto al que nacimos. Por el camino podemos desesperar, angustiarnos o pensar. Personalmente el maldito pijama me llevo a meditar (cuando no estaba angustiada o desesperada porque allí me pongo más necia y monotemática).
Me dije: ¿Si te vas a morir, ¿cuál es el problema de vivir con un solo pijama? Pensé en la en la Biblia:” Mirad las flores del campo, ellas ni tejen ni hilan”. Bueno pero tampoco usan pijamas, que vivas… pensé en Buda con solo ese pañalito… pero era gordo y no se movía, además, no sé en qué clima pensaba.
Me resigné, más por la pobreza de mis bastardas reflexiones que por su nula eficacia. Mas me consoló mi hija que hizo hacer para todas las mujeres de las casa unos largos hábitos de polar con lo cual pasamos a pertenecer a la Cofradía Laica de Los Tiritantes en Mendiolaza.
Apunto estos beneficio al frío: descubrir que el mínimo sol puede ser el mejor de los ponchos, lo apasionante que son las charlas alrededor de leños ardiendo y haberme reencontrado con mis nietos quienes, acorralados por la pandemia, tuvieron que convivir con la abuela. Con ellos amplié mi vocabulario y por ende mi cabeza, aprendí de sus canciones y supe de sus sueños y de sus pesadillas, Creo todos descubrimos que ese frágil puente construido durante la infancia podía ser reconstruido con facilidad, aunque todos, en particular ellos, ya seamos otros.
Sé que viene la primavera, sé que pronto abandonaré el pijama. Y sé, lo es más loco, ¡qué voy a extrañar! Ya sé que para la próxima pandemia lo primero que tengo que poner en la valija es mi tapado de leopardo. ¡Espero que no sea verano!
El Cuerpo Sabe Más
Pese a mis nobles intentos me comenzaron a ocurrir cosas rarísimas, batí todos los récords de accidentes posibles:
-Me tropecé y caí de panza, (tres moretones alrededor del pupo)
-Quise pasear a Chocolate. el inmenso perro asesino de mi hija, y el maldito salió corriendo mientras yo flameaba sujetando su cuerda (seis moretones más en la panza)
-No sé muy bien cómo un palo de la poda me cayó sobre la cabeza y me mandó a la cama con un pack de hielo para enfriarme las ideas
-Me hice un te de lavandina, que no alcancé a tomar porque mi hija sintió el olor
-Me intoxiqué con un budín casero
-Rompí todos los vasos de la casa
Y de pronto me senté a pensar y en vez de ser trascendente solo intenté asumir que soy mortal… ¡Esa idea tan antinatural y dolorosa!
Lloré, lloré de golpe, de pronto, de sorpresa, lloré como dijera Girondo.
“Llorarlo todo, pero llorarlo bien.
Llorarlo con la nariz, con las rodillas
por el ombligo, por la boca”
Lloré por los amigos muertos y los por morir y lloré mi propia muerte si no en la flor de la edad, en la flor de la vida, siempre.
Desde entonces no me accidento más pero, con cierta regularidad me da Covid que se cura solo en unas horas, dejando en claro que ni para las pestes soy seria.
Igual hice todas tareas pandemiosas: tortas de cumpleaños, tortas a secas, dulces, feijoadas y panes que nunca se inflaron. Igual como soy muy buena les convido. Lo hice con barbijo y las manos lavadas.
Y como todo en estos tiempos lo hice por primera vez. Nada me salió perfecto pero igual espero no olvidarme las recetas y no tener que repetirlas jamás.
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