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No le pidan a Jack Sparrow que se comporte como el Fray Esquiú
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COMPOSTE A SU ANCIANA
Por Lidia Poggio
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En la antigüedad se dice que eran veneradas. En la actualidad, especialmente para nuestros parientes, simplemente somos las viejas de mierda.
Sólo los hijos discapacitados nos miran con admiración hasta la vejez. Me refiero a discapacidad motora o neurológica severa. Porque los que tienen discapacidades menos obvias como las de mis hijos, nietos, sobrinos y alumnos, asumen la creencia de que después de los 70 deberían eutanasiarnos. A menos que tengamos la relativa fortuna de disponer de una jubilación privilegiada y el buen tino de ser muy generosas.

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La semana pasada, los buitres estaban de visita, léase solicitud de préstamo no reembolsable. Yo estaba tratando de leer mis mails, e intenté manejar la computadora con el control remoto del televisor como si fuera el mouse. Inmediatamente me sometieron al interrogatorio de rigor: en qué año estamos, quién es el presidente, cómo me llamo, cuántos años tengo y sigue la lista. No logré convencerlos de que estaba diseñando un novedoso aparato multifunción que sirva de mouse, control de tv, encendido de artefactos y, por qué no, de consolador. Ellos calcularon: “Mamá está lista para el geriátrico, el perro es de raza y debe valer unos buenos pesos. Al pato lo hacemos en navidad. Sabemos que en algún lugar tiene dólares encanutados y de última reventamos la casa”.
Eso me hizo meditar seriamente en cómo los viejos somos compostados. El compost convierte materiales de desecho lentamente en otra cosa para extender su vida útil. Esta actividad, reaprovechar y recomenzar el ciclo de utilidad de los viejos, funciona aproximadamente así: Una persona joven siempre se las ingenia y relativamente puede con todo lo que le demanda la vida.
En cambio. cuando una se pone vieja, comienza a no poder con casi nada. El cuerpo duele desde la glándula pineal con epicentro en las rodillas, perdemos fuerza, vacilamos y hasta hay hermanas que se hacen pis sin querer cuando se ríen. Hora de necesitar ayuda de esos guanacos que hemos criado.
Pero ellos, que en realidad nos quieren eutanasiar, se hacen los que nos ayudan y en realidad nos compostan. En lugar de proporcionarnos las vidas de reinas que nos merecemos, se las ingenian solapadamente para delegarnos las tareas de esclava que ellos no quieren hacer y que una, con los últimos alientos, puede. Así vemos a las abuelas repulgando empanadas hasta el calambre pelando millones de papas sin quejarse, mirando con resignación el programa de TV que elige la familia. Comen poco, y son seguras. Nunca las van a encontrar cogiendo en la cocina con el de Rappi, ni boludeando con el Tinder.

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Claro que existen excepciones a esta regla. De ellas deberán soportar humo de pucho, marihuana y las visitas nocturnas del almacenero carnicero y el policía de la esquina. A esas viejitas no hay compostaje que las dome. Nacieron fiesteras y morirán fiesteras. ¡Solo les queda el sacrificio sumario y no se nos animan!
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