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Sueño del alma que siempre muere sin florecer…
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ESTANISLAO EL EMPEÑOSO I
Por Filípides de las Casas
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Imaginen las sierras de Córdoba. Imaginen un puestero. Imaginen la imaginación de nuestro personaje, Estanislao del Voucher, el paisano emprendedor. Siempre fue un soñador empedernido, un hacedor nato; ardua combinación, que a primera vista carece de toda lógica. Hombre de procurarse la caña y no el pescado, mérito inútil en una zona en donde hace seis años que no llueve.
Un día tuvo su primera revelación, sentado en una caja vacía de Coca, a la sombra de un espinillo raquítico, flanqueado por su lagartija Ernestina, animal mucho más fiel que un perro y con colas de repuesto. Abombado por la solana, aturdido por el sonido del río en plena seca, fue cuando vio correr y esconderse a una familia de cuises. Estanislao se acomodó la gorra de los Chicago Bulls.
A sus ojos el erial de talas y espinillos se transformó de pronto en un cuisómetro con el mismo dibujo de la pista de Indianápolis. Imaginó diez cuises esperando en la línea de largada, con números flúo pintados en el pelaje. En su ensoñación la pista rebosaba de apostadores agitando el número del bicho en el que habían puesto sus esperanzas. En ese mismo momento puso manos a la obra.
Como siempre, fue su propio jefe. Trabajó a destajo, sin escatimar domingos, siestas ni feriados. Laboriosamente logró atrapar diez cuises que puso bajo el cajón de Coca. Luego empezaron las dificultades.
El día de la carrera, los cuises, animales reconocidamente anárquicos, preferían comer pasto que correr y se resistían a que le pintaran los números. Al liberarlos huyeron para cualquier lado y terminaron debajo de las piedras. El público, ya decididamente influido por la bebida blanca, se tornó belicoso. Exigían sus premios del peor modo esperable, con amenazas, rebenques y facones.
Estanislao del Voucher tuvo la fortuna de consumar una fuga exitosa. Aun en ese apuro, rescató al atontado cuis que permaneció en la pista, Jazmín le llamó, aunque nunca supo su sexo. Escondido y tembloroso, aferrado a Jazmín y Ernestina, detrás de una gran piedra, conservó el ánimo. Simplemente, reflexionó, las sierras todavía no estaban maduras para la economía de mercado.
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