Dónde me Siento

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Moviéndose al fondo por favor

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DÓNDE ME SIENTO

Por Gabriel Steinberg

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Dónde me Siento Humor a la Wargon 02

Dónde me Siento

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Desde hace muchos años venimos escuchando frases hechas. El gordo bueno, el gordo va al arco, los gordos son lindos de cara.

Pero déjenme contarles en primera persona lo que es ser gordo y no caerse en el intento.

Una de las cosas más comunes que hacemos todos los seres humanos, casi todos los días y muy a pesar nuestro es viajar en colectivo.

A nadie le gusta viajar apretado, sin embargo no tenemos muchas opciones. Hay que llegar al laburo y además no podemos prohibirle al otro pasajero que cargue una mochila como si se fuera al Bolsón veinte días, la flaca que lleva la cartera, el bolso para el club y el vestido que le tiene que devolver a la amiga, a quién se lo pidió la semana pasada para ir a la fiesta a la que iba a ir también el pibe que le gusta pero que el muy turro no fue porque jugaba Deportivo la Pistola.

En el medio subo yo, que ya siento que cuando me ven en la parada los de la primera fila empiezan a resoplar.

Se abren las puertas del bondi y el primer paso ya es ponerme de perfil para subir porque de frente no paso, y agradezcan que no hago la vertical porque no me aguantan las muñecas, pero me sería más fácil.

Llegar al fondo ya es en sí mismo es toda una travesía, es el momento en el que me pongo en egoísta y voy desparramando pasajeros para todos los costados, oídos sordos a las puteadas y a empujar, culazo para acá culazo para allá, sobre todo porque si encontramos un asiento en el que entremos menos incómodos que en el resto, tiene que ser en algunos de los del fondo.

Veintiuna personas viajan sentadas en un colectivo, más otra veinte o treinta que van paradas, pero, ineludiblemente, si uno de los cincuenta y pico se tira un pedo, todos van a mirar al gordo.

El micro de larga distancia tiene algunos otros problemas. De arranque esa escalera caracol que tiene para subir a la parte de los asientos. Si alguien me sigue con la mirada lo primero que va a suponer es que estoy bailando la Lambada.

Se me ocurrió hace poco sacar un pasaje en el servicio nocturno que incluía el asiento que se convertía cama a ciento ochenta grados, que dicho sea de paso eso era verdad, manta, auriculares, tele, wifi y cena. Todo cierto.

Y aquí el problema.

La cena está bastante bien, salvo la parte en la que en la primera bandeja, sin avisarte, vienen dos porciones demasiado parecidas, solo que una es un cuadrado de tarta de choclo y la otra es un pedazo de budín de pan. Entrada y postre en la misma bandeja, hay que ser malas personas. Con un cartelito lo evitaban, pero no importa. No está mal empezar la cena con un mordisco de budín de pan. Si le hubiesen puesto dulce de leche o crema, este mal momento no sucedía.

El problema de verdad es la bandeja, esa que se encastra a los apoyabrazos de la butaca. Son dos tornillos de tres centímetros que entran a presión. ¡Pero pedazos de mierda! ¿Qué les costaba que los tornillos tuvieran cinco centímetros más?  Denme la opción de comer sentado como el resto de los pasajeros.

Para poder enganchar la bandeja me tuve que poner el asiento a casi la posición de dormir y la señora bien, esa que fue hasta a la peluquería para viajar en micro, la que iba sentada cerca mío, me miraba como preguntándose si estaba cenando, haciendo yoga o garchándome a la bandeja.

Ni hablar de los viajes en avión. Ya tener que pedir un extensor del cinturón de seguridad es un poco indigno, por suerte ya vetaron la ley que te obligaba a comprar dos asientos. ¿Por qué directamente no me enganchan el paracaídas por las dudas y se dejan de hinchar las pelotas?

Cuando voy al cine no me siento en la butaca, directamente me encajo. Le mando mis más respetuosos saludos al canalla que inventó esto que los asientos se levanten solos. Es cierto que tengo un culo Queen de  dos plazas y media, no me da el largo de los brazos para hacer todo junto. Ni hablar si empieza a hacer calor y en la mitad de la película necesito sacarme la campera o el buzo. Ojalá me agarre en la última fila, si no los de atrás siguen viendo la película pero proyectada en mi culo, o si tienen suerte en la espalda.

Les doy un consejo. Si sos gordo y tenés ganas de sacar una pastilla o un chicle del bolsillo, no lo intentes. La última vez quedé trabado y una unidad de emergencia de los bomberos tuvo que venir a destrabarme.

(Cris me contó que los del SAME vienen de la época de Sarmiento y que en colisiones de trenes p ej, inventaron algo que se implementó a nivel mundial: aceite de cocina para tironear.)

Dejé para el final las sillas de los restaurantes o las fiestas del estilo de casamientos, fiestas de quince y demás. Si una finalidad tienen esos asientos es sentarse a comer.

El restaurante es un poco más honesto, por lo menos te muestran la silla, te da la posibilidad de elegir. Ir a un lugar con sillas piolas o hasta a veces preferí decirle -Dejá, como parado, me cae mejor la comida.

En cambio la silla de los salones de fiestas son lo más tramposas que hay. Ni Con los Reyes Magos se animaron a mentirme tanto.

Al que paga la fiesta le cobran la silla, la funda de la silla, el moño que lleva la silla y hasta el almohadón de la silla.

Te sentás como el mejor y sentís que hay un movimiento sísmico con epicentro en no más de medio kilómetro a la redonda y con una profundidad de apenas  dos metros. El piso se mueve. NO, son las patas de la silla, se abren como las de una araña,  esa de plástico blancas, esas trampas mortales que ponen en un montón de lugares, solo que acá por un par de pesos se encargaron de disfrazarlas.

– No para de bailar el gordo – dice la tía que no se levanta en toda la noche ni para ir a mear.

No señora, no es que me encanta bailar, es más ya los tobillos me están por implosionar, solo que no me animo a volver a las falsa silla.

Al fin y al cabo en el único lugar en que me siento seguro es en el inodoro, por ahora. Espero que a ningún empresario se le ocurra fabricar inodoros con fundas, moños y almohadones mentirosos.

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