Estanislao el Empeñoso II

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Espejo de la luna fugitiva

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ESTANISLAO EL EMPEÑOSO II

Por Filípides de las Casas

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Estanislao el Empeñoso II Humor a la Wargon

Estanislao el Empeñoso II

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MI RIO

En los límites del campo que cuidaba su familia desde los tiempos desdibujados de la conquista, Estanislao del Voucher miraba con inquina la lejana silueta del héroe local. De pronto escuchó un ruido, un siseo húmedo y bajando la vista vio un hilo de agua que corría por el cauce de su rio. Observó con atención como las hojas del fondo del lecho se humedecían junto a la bosta de los caballos, bolsas de residuos, ramas de espinillo, una sospechosa zapatilla Adidas con cuatro tiras y una par de ojotas tosas con la agarradera despegada. Su lagartija Ernestina, animal intuitivo, se inquietó ante la probable inundación, su cuis Jazmín, tiró de la correa de ahorque alucinando pastito verde y Estanislao olvidando su fracaso con las carreras de cuises tuvo su segunda idea libertaria: Si limpio el rio, puedo cobrar peaje a los dueños de los caballos, a los naturales que vienen a bañarse…

Con el asentimiento de Jazmín y Ernestina puso manos a la obra.

Tres días le llevó sacar las ramas, las bolsas y palear la bosta. Cuando contempló el curso libre se dio cuenta que le faltaba un poco de agua, Jazmín no alcanzaba a hacer la plancha. Esto no lo desanimó; llegaría la crecida y el estaría preparado. Ahora que había un dueño el rio estaría limpio y él se llenaría de plata o algo así. Absortos los tres oteaban el cielo desesperadamente celeste y liso como un papel glasé. Ya de noche los despertó un trueno y la primera lluvia comenzó a caer. Al otro día el balneario, el Nilo lo bautizó, estaba concurrido, como cinco caballos había y diez chicos y más perros. Ya visualizaba Estanislao la barra de quincho para los tragos, el equipo de sonido, los cocoteros, las reposeras. Así paso el día hasta el crepúsculo. Exultante se encaminó recibo en mano para cobrar. Sospechó algo malo cuando los pequeños naturales del lugar se alejaron, formaron un círculo y empezaron a juntar piedra. El gauchaje y los pingos le mostraron las ancas ignorándolo.

La situación empeoró cuando un cuzquito marrón se trenzó en una batalla mortal con Jazmín. Fue la señal para que todo se desmadrara: La resistencia telúrica anarquista emergió y no se hicieron esperar los insultos: “gorriadazo”, “cueleau”, carteludo”, “cabeza de termo” “abombado”. Para peor los niños, cual barras bravas de Platense trasplantados, empezaron a tirar piedras sobre la humanidad de Estanislao, y para terminar, un gaucho alzado montonero alzó el rebenque e hizo huir a los tres compañeros. Escaparon siguiendo a Ernestina, animal fiel y escurridizo.

Llegaron a refugiarse bajo la sombra del Monumento al Indio. Sentado y agitado todavía por la desordenada retirada y acariciando a Jazmín, Estanislao observó la silueta del indio con la cristiana blanca raptada en sus brazos. Suspiró; tal vez en esa leyenda estaba el origen del mal en esta comuna sin ley.

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