My Mummy´s Dead

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Madre hay una sola. Al menos como ella.

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MY MUMMY´S DEAD

Por Andrés Pisauri

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Promediaba la pandemia, cuando mi hermana Ani, que los últimos 20 años cuidó amorosamente de mis padres, me notificó que me había sido adjudicada, sin sorteo ni licitación, la tenencia de mamá.

Cuando mi padre huyó hacia la muerte, mi madre, desatada, comenzó a mostrar todas sus gracias sin freno alguno, comenzando por romperse la cadera, así que partí a buscarla a Puerto Madryn y regresamos rumbo a su nueva residencia, aquí en Buenos Aires, a cinco cuadras de casa.

Nadie en la institución sospechó que aceptar a esa tierna anciana de noventa añitos resultaría como finalmente aconteció. Es que mi madre tenía una  gran capacidad manipulatoria. En una ocasión recuerdo cómo enroscó al Grupo Clarín en no me acuerdo qué cosa. Esa era una sola de sus muchas habilidades.

Convencerla de venir a una residencia (nombre moderno de geriátrico), fue una tarea más que titánica, quizás mis estudios en psicología me ayudaron un poco, o eso creí inocentemente.

Para comenzar, logró que, en el periodo de un mes, la cambiaran tres veces de habitación, ya que la compañera de turno, nunca era de su agrado. Motivos tenía siempre. Podía ser que la compañera de turno era una vieja de mierda. O simplemente veía novelas como una vieja boluda. O se tiraba pedos y era una vieja pedorra

Así surfeamos las primeras semanas, hasta que se torció un tobillo. Evento extraño para quien anda en silla de ruedas, pero viniendo de mamá, todo era posible. Imaginé caminatas clandestinas y nocturnas robando medicación ajena u otras maldades. Como fuera, partimos al kinesiólogo en busca de respuestas absurdas. Yo desde luego empujando la silla de ruedas. Cuando salíamos de la consulta nos topamos con una señora mayor que se ofreció a sostener la puerta, un gesto de esos que nos hacen la vida más llevadera; hasta que la señora comenzó a decir… “que suerte que tiene un hijo así, que la cuide tanto… los de ahora te depositan en un geriátrico sin pensarlo”.

Mi madre, que disfrutaba de esos grandes momentos, giró su cabeza, me miró y asintió con una leve sonrisa de Mona Lisa. Por suerte esa tarde yo tenía terapia, y pude tratar el tema. La sesión duró apenas seis horas.

Dos semanas después comenzó a rascarse como un perrito y decidió con criterio médico, que tenía sarna. El doctor de la residencia me despachó a un dermatólogo, que tibiamente esbozó que tal vez, quizás, en una de esas, podía ser cierto. La locura de mamá se disparó al infinito y más allá.

Mamá logro que todas sus treinta y seis compañeras de piso la acompañaran en la aventura de tener sarna. Tal fue la locura desatada, que posteriormente, ¡¡¡me enteré que el doctor había medicado a todo el piso contra la sarna de mamá!!!

Ahí pensé que nos echaban, pero no, la institución soportó una vez más los embates de mamá.

Para continuar haciendo amigos, decretó que las cuidadoras tenían una red de trata de pañales, en donde sistemáticamente, le sustraían a diario pañales a sus espaldas. Cuando le preguntaba qué destino tenían esos pañales, ella, que siempre tenía respuesta para todo, me contestaba sin dudar que eran para sus hijos. En vano resultaron mis largas explicaciones de talles XXL y tamaños de niños. Mamá insistía en que los cortaban y los adaptaban para niños pequeños. Y así transcurrimos dos años, con robos sistemáticos de pañales y de ropa que siempre aparecía. Señalaba cuidadoras pérfidas e insinuaba la existencia de una sociedad secreta de tráfico de órganos.

Finalmente, a punto de cumplir noventa y dos, enfermó mal y la internamos en una clínica donde falleció una semana después.

Para coronar la tristeza de perderla, falleció un sábado a las 11hs  de la mañana, cuando no hay casi nadie en ninguna clínica y desde ese momento esperamos casi dos horas a que el médico de guardia viniera a firmar los papeles.

En el mientras tanto quedamos solos con mi mujer y mi sobrina en el cuarto esperando terminar los tramites.

A la una de la tarde se abrió la puerta y una enfermera entro sonriente con la bandeja de comida. Mi mujer salió hacia la puerta, mi sobrina siguió llorando cerca de mama y yo sólo alcancé a decir, “me parece que no va a comer hoy”, pero la enfermera dobló la apuesta y me dijo “vos tenés que insistir, los viejitos no quieren comer, pero es importante darles, aunque sea un poquito.” En ese momento le retruqué “mirá, si querés insistir, insistí, pero murió hace dos horas”.

La pobre enfermera reculó como Michael Jackson, caminando marcha atrás y repitiendo perdones.

Fue así cómo mamá se fue; arrancándonos una última sonrisa entre tanta tristeza.

Y si vieja, te voy a extrañar…

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