Cómo Traumar a un Niño

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De un parripollo ni hablemos

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CÓMO TRAUMAR A UN NIÑO

Por Gabriela Martínez

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Cómo Traumar a un Niño

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Dentro de los mandados que los adultos delegan a un niño, comprar un pollo no suena aterrador ni traumático. “Andá y comprá un pollo” suele estar incluido en los mandados que los padres hacen para adiestrar a los hijos con el fin de que no salgan tan inútiles como su abuelo o su tía.

Es algo relativamente sencillo, sin riesgos físicos ni psicológicos a excepción de que tus padres sean los míos. Mis padres, usina de traumas irreversibles, me mandaban a comprar pollo a lo de doña Consuelo.

Doña Consuelo tenía una casita humilde pero colindante a la suya, había otra. Sí, en esa otra vivían los pollos. Una casa diseñada para tal fin donde los plumíferos ocupaban varias habitaciones.

Adelante, apenas ingresaba había un mostrador alto y detrás Doña Consuelo y una cuchilla en la mano que a mi entender la tenía tatuada. Una especie de Jack El Destripador travestido y de precio cuidado. Todo acorde al barrio.

Una mujer muy alta, gringa, de ojos celestes y cara brillante, tan brillante que encandilaba. Yo tenía la sospecha de que usaba los menudos de pollos como crema hidratante pero nunca lo comprobé.

Después de la frase quiero un pollo doña consuelo, yo sabía que venía lo peor porque ella te invitaba a que lo elijas. Aterrorizada casi al borde del llanto pensando en los años de terapia que este simple mandado me costaría yo me quedaba en silencio otorgándole de esa manera su poder de chacal.

Luego venía un cacareo espeluznante, acto seguido un ¡Guarda mija! Y el cuerpo del pollo sin cabeza saltaba y te cruzaba entre las piernas. Yo que nunca me destaqué por mis destrezas gimnásticas, inmóvil, miraba azorada la escena. Doña Consuelo diciendo un “que chica más pelotuda”, renegaba para sacar el cadáver entreverado en los cordones de mis zapatillas.

Desaparecía por unos minutos y se iba al fondo. Doña Consuelo volvìa con una bolsa y el crimen concretado, la escena del mismo limpia y yo sintiéndome partícipe necesaria.

De regreso a casa, caminaba esas cuadras en silencio, arrastrando la víctima de Doña Consuelo y mis padres, traumada por el horror de lo vivido, deseando un juez les quite mi tenencia y se haga justicia. No tuve suerte.

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