Reportaje a Domingo Faustino Sarmiento

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 Gloria y loor, algo sin par

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REPORTAJE A DOMINGO FAUSTINO SARMIENTO

Por Timoteo Sarasa

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Reportaje a Domingo Faustino Sarmiento

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La Directora me envió a la caza de esta nota. Esta vez ni discutimos por los pasajes de avión. Viajé en un barco de granos. Y para la diaria me ofrecieron un voucher por mil naranjas. Lo busqué por  todo Paraguay. Me costó encontrarlo, fue en Asunción, no conseguí sacarle una sonrisa, él a mí tampoco, pero me pareció un groso el tipo, no por padre del aula. No se puede creer todo lo que hizo, nada que ver con la figurita de Billiken. Eso sí, no me gustaría verlo enojado en serio. Un par de veces hasta pensé que me iba a calzar.

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TS.- Que alegría conocerlo en persona. Don Sarmiento. Y bastante miedo, lo que me lleva a una pregunta medio tonta, ¿Por qué siempre andaba con cara de culo?

DS– Tiene usted razón dentro de los límites de su ignorancia. Tomar lo que usted llama foto, en mis épocas se llamaba daguerrotipo y llevaba mucho tiempo, por eso ninguno de mis contemporáneos sale sonriendo. Además estábamos ocupados en la cosa pública, no en pelotudeces como mostrar fotos de lo que van a comer.

TS.- Ah. Así que como era medio lerdo nos perdimos selfies suyas en zunga floreadas.

DS– No diga sandeces Sarasa.

TS.- Igual y con respeto, el himno a Sarmiento y su cara cada mañana…  ¡Lo odiábamos! Y cada día nos daban franela con eso de que “dedicó la vida a los chicos”.

DS– En verdad, los niños me importaban un carajo. ¡Jamás hice nada pensando en el amor de los infantes! Sólo quería que al crecer no se transformaran en brutos como usted. ¿Quién habrá sido el boludo que escribió ese himno?

TS.- ¡Esa la sé, esa la sé! ¡Leopoldo Corretjer! Me lo aprendí de memoria en cuarto grado. Igual, no nos gustaba que no faltara nunca al colegio. Nos parecía francamente de olfa, como llevarle manzanas a la maestra. ¿La escuela que fundó era para tener sus propios chupamedias?

DS– ¿Quién dijo esa bobada? Como todos alguna vez me rateé. Era difícil, eso sí. Mi casa estaba al lado de la Escuela. Mi madre dos por tres me corría a chancletazos. Y ese colegio que usted dice, fue casi un pecado de juventud. Mi tarea importante la hice mucho más tarde, cuando traté de educar a todo el país, creé más de 700 colegios por toda la patria. Mi ideal era educar al soberano. A veces creo que fracasé.

TS.- Y sí Don Sarmiento, le fue como el toor, ¿qué quiere que le diga? ¿cómo le va a ir bien si quería educar al soberano y hacía rato que no teníamos reyes?

DS– ¡¡¡Hablo de la ley 1420 bruto!!! Educación laica universal y gratuita. ¡Imagine todo un país educado! Era tal la pasión, que como acá no teníamos las suficientes maestras, traje sesenta  de los EEUU y sólo porque no pude traer más. Necesitaba dos mil.

TS.- Me imagino. Todo el país educado por maestras norteamericanas. ¡Si con las nuestras ya nos clavábamos con las tablas! Ni me imagino en inglés. Otro tema. Una pregunta personal. En el colegio nos enseñaban que su mamá, Doña Paula Albarracín tejía permanentemente bajo una higuera. Siempre me dio curiosidad ¿qué era lo que tejía tanto tiempo? ¿La iba de Penélope?

DS– ¡Ay esa historia! Qué manera de contar pavadas. La ropa se hacía a mano. Seguro que nunca le dijeron que tuve 14 hermanas mujeres.

TS.- ¡Ah, de ahí viene que le gustaban tanto las minas! Si hay algo que sabemos es que le tiraban más que una yunta de bueyes…

DS– ¡Y de nuevo con las falacias de la historia!

TS.- Ah ¡Pare, pare¡, ahora que lo tengo enfrente, ¿Dominguín de dónde salió? En la escuela cada vez que la maestra tenía que explicarlo le daba un ataque de tos.

DS– En primer lugar, respeto, que era mi hijo y murió muy jovencito en la guerra del Paraguay, en segundo lugar, viene del amor, solo que la mamá tenía un marido, pero en cuanto el señor murió, yo me casé con ella y adopté a Dominguín ¿le queda claro? Y no acepto más preguntas privadas. Yo fundé cinco periódicos en mi vida y jamás hubiese publicado esas cosas.

TS.- Oops. ¡Así que de Aurelia Vélez Sarsfield no me va a decir ni mu! Eso que al padre Don Dalmacio casi le dio un infarto. Es que usted también tenía como quinientos años más que ella.

DS– Eran solo veinte años. Pero ¿Por qué no me pregunta cuánto costó unir el país con el telégrafo, crear el primer observatorio astronómico, hacer el primer censo, crear Chivilcoy, ser gobernador de mi provincia y presidente de todos los argentinos, desarrollar los ferrocarriles y hasta ocuparme de los animales? A partir de mi ley, que es la que llaman ley Sarmiento, si usted maltrata a un caballo o deja de ordeñar una vaca puede ir preso… ¿Sabía todo eso?

TS.- La verdad que no y con honestidad, no me interesa, en mi vida tuve un caballo. A mí me gustan los perros. No sé de dónde sacaba tiempo para la joda, la verdad. Cambio de tema otra vez. Con Don Juan Manuel de Rosas se llevaban como el culo ¿no?

DS– Como con cualquier tirano, como todo caudillo, era tan brutal que degollaba a los enemigos. Era la barbarie a educar.

TS.- No quiero meter cizaña, pero tenemos un billete para Rosas y para usted Don Sarmiento.

DS – ¡Y ninguno de los dos, vale nada! ¡Eso hicieron del país! Un prostíbulo, un quilombo.

TS.- ¡Ah no! Es feo discutir de esto, pero por lo que vi en lo de Pigna por Youtube, usted no la puede ir de santito, no por sus amoríos famosos, hablo de que quedó de su puño y letra cuánto gastaba en orgias grandes y pequeñas cuando lo enviaban en comisión los chilenos.

DS– ¡Ahí va la burra al trigo, so ignaro! No eran orgías. Era diplomacia, botarate. ¿Gente como usted es lo que depara mi futuro? Ya veo que van a terminar votando a cualquiera,

TS.- Sin faltar Don Domingo. Seré bruto pero honrado. Más o menos. Pero votar a cualquiera, nunca. ¿Sabe qué? Me hizo calentar. Chau.