Sacerdocio y Docencia

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Tiernas palomitas vengan a mí. Pero no tanto, no tanto

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SACERDOCIO Y DOCENCIA

Por Gabriela Martínez

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Sacerdocio y Docencia Humor a la Wargon

Sacerdocio y Docencia

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Mi vocación como docente nació el día en que tuve que abandonar la carrera de veterinaria ya que supuse que en algún punto tenían coincidencias y no me equivoqué. Mi fe alimentada por los años transcurridos en un colegio religioso me llevaron a confirmar lo que sospechaba:

Los niños son animalitos… pero de Dios.

Recuerdo mi primer día de clase como maestra, inolvidable y traumático.

En ese entonces pude elegir el grado debido a que la escuela se inauguraba y no dudé en optar por segundo porque ingenuamente pensé que todos serían inofensivos angelitos. ¿Quién mal pensaría de un niño de siete años?

Ilusionada y envalentonada por la frescura que sólo te da la juventud, pensé en lo orgullosa que estaría Olga Cossettini si me viera en ese momento. Así partí con mi clase planificada hacia una escuela que la Dirección de Educación no sabía bien explicarme dónde quedaba (¿?).

Después de un trayecto complicado me bajé del colectivo y caminé varias cuadras hasta llegar al lugar. Presentación con la directora. Presentación con mis pares. Timbre.

En el intento de  formarlos en el patio, advierto con preocupación que los niños no eran tan niños Parecía un recreo de una penitenciaría.

Ya era tarde para irme y temprano para renunciar, por lo que decidí morir dando batalla y me encomendé al Tambor de Tacuarí.

El contexto no era alentador: Al fondo, varones de guardapolvos desprendidos sin nada abajo, los pies sobre las mesas, un metro setenta promedio, con mirada desafiante y unos pocos años de diferencia conmigo. Adelante, ni miré. No podía ver más nada porque el pánico me nubló la vista.

Rogaba ser abducida por una nave nodriza o que un tsunami me arrastrara. Después recordé que Fabio Zerpa no tenía razón y que yo vivía en una provincia mediterránea.

Tratando de disimular el Parkinson que me acababa de aparecer, saqué mi cuento y me dispuse a leer.

“La Jirafa Josefa y el Monito René”.

Quizá mi elección no fue la más correcta respecto al texto, a quién de ellos le importaría un diálogo entre animales en plena sabana africana. Tarde me di cuenta.

No había terminado el primer párrafo que  desde el  fondo me gritaron: ¡Qué mierda vablar una jirafa, vieja culiiiaaaá! A lo que acompañaron con una lluvia de tizas.(En mi barrio dirían que “Me cagaron a tizazos “).

Llorando y cubriéndome con el libro que por suerte tenía tapas duras escapé llorando para la cocina donde estaba la auxiliar.

Con mates y palabras alentadoras me acomodó cual  boxeador en el rincón y me empujó de nuevo al ring (o sea el aula).

Pedí perdón a Sarmiento, a Olga Cossettini y a Emilia Ferreiro aunque pensándolo bien ellos nunca dijeron  que esto podía fallar. Besos al cielo a Tu Sam que fue el único que se atrevió.

Con el correr del tiempo me fui adaptando y ellos a mí, aunque sabía que para el fondo no podía ir, y si una tiza se caía, yo por las dudas no me agachaba a recogerla.

Ellos aprendieron que el “vieja culiaaaá“ era una falta de respeto hacia mi persona.

¿Qué necesidad había de tratarme de vieja? Lo otro a mucha honra.

 

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