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EL CONTESTADOR DE REPORTAJES
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Por Alejandro Dolina
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El Contestador de Reportajes
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Un reportaje es de por sí una cosa muy extraña. Si a un griego del Siglo de Oro le mostráramos la televisación de una entrevista se sorprendería menos de la existencia de un aparato capaz de transmitir las imágenes, que de la insólita conversación entre dos personas que se conducen como si estuvieran solas, aun cuando saben que son vistas y oídas por muchedumbres.
También se asombraría nuestro amigo griego del interés de las gentes de hoy por conocer los costados menos notables de los hombres famosos: sus preferencias cromáticas, los horarios de sus comidas o la duración de sus siestas.
El memorable Adelmo Ramos supo advertir estos aspectos ridículos de todo reportaje, pero también se dio cuenta de algo más profundo: una entrevista periodística es un intento de descripción de un alma humana. Por lo tanto, su esencia no está demasiado lejos de lo artístico.
Y precisamente la gran empresa de Ramos fue convertir el reportaje en una rama del arte. Es cierto que fracasó. Pero su intuición genial señaló la existencia de una puerta que nadie había notado antes. La carrera del contestador de reportajes no es sencilla. El primer obstáculo reside en el empecinamiento de los periodistas en formular preguntas tan sólo a los hombres que han alcanzado la notoriedad. De aquí se desprende que todo aquel que sienta la vocación de someterse a interrogatorios públicos deberá, en primer lugar, conquistar la fama. Ésta es una tarea que lleva años y que no siempre es coronada por el éxito. Es probable que muchos músicos, científicos y cineastas que nos deslumbran con sus realizaciones no persigan en realidad otro objetivo que el de contestar reportajes.
Y aquí aparece otro inconveniente: tal vez muchos grandes contestadores sean recordados como actores, pintores o entrealas derechos, olvidando la destreza principal.
Adelmo Ramos tomó en cuenta todas estas verdades y resolvió —con todo acierto— prescindir de la primera etapa. Renunció a los transitados caminos que conducen al renombre. No fue cantor de boleros, ni político, ni mansflora. Fue tan sólo (y de qué manera) contestador de reportajes.
En este punto caben las infaltables objeciones, polémicas y zonas oscuras que nunca faltan en las historias de Flores.
Hay quienes creen recordar que Ramos fue cantor de la orquesta de Anselmo Graciani, el célebre bandoneonista zurdo que se hacía construir los instrumentos al revés.
Otros lo suponen periodista de la menesterosa revista Expiraciones y hasta refieren una historia no demasiado original, según la cual Ramos, no teniendo a quién entrevistar, resolvió publicar un reportaje a sí mismo. Nada de esto consta. En cambio existen pruebas, a mi juicio incontestables, de que el primer reportaje a Adelmo Ramos fue realizado por el polígrafo de Flores Manuel Mandeb.
Tal entrevista no fue publicada jamás, pero sus pormenores aparecen en el penoso libro de Mandeb cuyo título es Personajes de la calle Artigas entre el 400 y el 1100.
Se trata de una obra más cercana al catálogo que a la descripción psicológica. Está ordenada según la numeración de la calle y al llegar al 860 encontramos estos párrafos:
«Artigas 860. Ramos, Adelmo. Célebre contestador de reportajes. Yo mismo le hice el primero. Fue una tarde de otoño, me acuerdo. Yo caminaba por Yerbal pisando hojas secas y gozando con su crujido. No estaba de muy buen humor, pues muchas hojas caían demasiado tiernas y no se quejaban satisfactoriamente ante mis pisotones. No sé en qué esquina se me apareció Ramos.
»—¿Usted es Mandeb? —me dijo.
»—Servidor.
»—Vea, necesito que me haga un reportaje.
»—No soy periodista —le informé.
»—Lo será. Hágame el favor, pregúnteme algo.» Recordé entonces ciertas lecturas que a modo de ejercicio disciplinario me había impuesto algunos meses atrás. Entonces di comienzo a la interviú, que fue breve:
»P: ¿Qué pregunta quisiera usted que yo le formulara?
»R: Me gustaría que me preguntara qué pregunta quisiera yo que usted me hiciera.
»P: Muy bien, ¿qué pregunta quisiera usted que yo le formulara?
»R: Vea. Le pediría por favor que no me hiciera esa pregunta.
»Dicho esto, Ramos pegó media vuelta y se fue.» El testimonio —siempre dudoso— de Manuel Mandeb puede dejar en los lectores de este informe la sensación de que Ramos era no mucho más que un chusco.
Pero debemos apresurarnos a recordar que éste era su primer reportaje. Después fue progresando. Sus respuestas abarcaron los más diversos campos de la inquietud intelectual. Opinó sobre tenis, pintura rupestre, ecología, pedagogía, siembra de nabos, pelota vasca, ebanistería y carreras de caballos.
Sus enemigos lo acusan de contradictorio. Y es cierto. A una misma pregunta, Ramos solía responder de manera opuesta, según la ocasión. Y hasta podía darse el caso de que la misma pregunta le fuera formulada dos o más veces en el mismo reportaje, encontrando en cada oportunidad una contestación diferente.
Todos recuerdan el célebre reportaje que le hiciera el periodista Carlos Marcucci, hace ya mucho tiempo. Marcucci solía preguntar varias veces la misma cosa a sus entrevistados. No por pretender descubrir en ellos alguna incoherencia, sino más bien porque era hombre de frágil memoria y no se acordaba de lo que había hecho dos minutos antes.
Transcribo:
«P: Ya que hablamos de tango, Ramos: ¿qué le parece Discépolo?
»R: No me gusta Discépolo. Es un poeta que parece creer que todos los demás son tan canallas como el santo. Fíjese: “La gente que es brutal cuando se ensaña…”, “Perdoname si fui bueno…”, “Que el mundo fue y será una porquería…”. Pero él siempre se salva. Él es el único puro y libre de pecado. Yo prefiero mil veces a los pecadores tolerantes que a los virtuosos implacables.
»P: Claro, ese tema nos lleva inevitablemente a hablar de Discépolo. ¿Qué piensa de él?
»R: Sin duda se trata del poeta más importante que ha dado el tango. Y no piense que voy a decirle esa estupidez según la cual las letras de Discépolo son filosofía.
»Las letras de Discépolo son letras de tango. Filosofía es —sin ir más lejos— la “Crítica de la Razón Pura” y de ningún modo el vals “Sueño de juventud”.
»P: Usted menciona la filosofía y esto trae a mi mente una figura de nuestro tango: Enrique Santos Discépolo. ¿Qué opina usted de él?
»R: Es interesante que me formule esa pregunta, pues debo decirle que me la han hecho muchas veces en distintos reportajes, incluso en éste. Créame si le digo que los tangos de Discépolo son como tratados de filosofía.» Adelmo Ramos tenía respuestas preparadas que, con todo desparpajo, soltaba ante cualquier pregunta. Su atrayente teoría acerca de la falta de mentores y maestros en la Argentina aparece en casi todos sus reportajes, aun después de interrogantes tales como «¿Cuál es su escritor favorito?».
Las contestaciones eran, a veces, de una extensión desmesurada. Un periodista de la revista estudiantil Hora Libretuvo una vez la ocurrencia de preguntarle cómo andaba. Ramos llevaba ya seis horas de exposición, cuando el reportero huyó.
También —como es de suponer— tenía respuestas breves y hasta llegó a contestar en verso, lo que no consiste ninguna novedad si se razona que la payada no es otra cosa que un mutuo reportaje versificado.
Es necesario admitir que Ramos jamás fue demasiado perseguido por el periodismo.
Tuvo épocas infecundas en las que pasaban meses y aun años sin que nadie se acercara a interrogarlo. Adelmo Ramos afrontó con inteligencia tales períodos y en algunas ocasiones llegó a contratar a periodistas sin trabajo para que le hicieran preguntas. Algunos de ellos tenían la misión de abordarlo en cualquier circunstancia y requerir su parecer acerca de las cuestiones más imprevistas. Los hombres de Flores vieron muchas noches a individuos prepotentes que, saliendo al paso de Ramos, le gritaban en la cara:
—¿Cuál es su peor defecto?
Cuando se le terminó el dinero para solventar a estos mercenarios, Ramos trató de demostrar la absoluta inutilidad del periodista en los reportajes. No era éste un criterio novedoso. Infinidad de pensadores han afirmado que lo que interesa es la respuesta y no la pregunta. No obstante, es innegable —y Ramos tuvo que aceptarlo— que el periodista es casi indispensable cuando se trata de copiar a máquina el reportaje y tomar los recaudos técnicos para su publicación.
Fue entonces cuando Ramos descubrió que podía prescindir de la difusión de sus respuestas. Y así, sin periodistas ni testigos, tuvieron lugar sus últimas realizaciones. Los Hombres Sensibles de Flores juran que en esos reportajes, que se llevó el viento, están sus mejores logros. Esto se parece a lo que decía Virgilio Expósito… «Cómo es mejor el verso aquel que no podemos recordar».
Poco a poco el periodismo y la gente se fueron olvidando de Ramos.
Los Refutadores de Leyendas llegaron a postular que este personaje no existió nunca y que toda su obra es el resultado del trabajo de muchos contestadores que vivieron en tiempos diferentes. Como siempre, los Refutadores destruyen una leyenda creando otra.
Hoy, cuando todo el mundo contesta preguntas sin tener la menor autoridad para hacerlo, este columnista se ha creído en el caso de homenajear a Adelmo Ramos.
Ojalá que esta nota despierte en algún joven la vocación insólita de la respuesta artística. Entonces sabremos que los desvelos de Ramos no fueron inútiles.
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