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Contraindicaciones de los yuyos serranos
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ESTANISLAO EL EMPEÑOSO VI
Por Filípides de las Casas
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Navidades Verdes
Estanislao, el anarcoemprendedor serrano, estaba transitoriamente detenido.
En el calabozo eran doce, ocho mamados y cuatro que hacían las veces de locales. Entre ellos había uno que tenía cierta autoridad sobre el resto y un contacto fluido con el personal policial. Si querías una llamada te decían “preguntale a Chupete” o “querés cigarrillos, hablá con Chupete”.
Estanislao escuchaba cabizbajo, le habían arrebatado la libertad carajo y extrañaba. Si, extrañaba los pinchazos de los espinillos, el olorcito inconfundible de los incendios, los vecinos hidratando a las gallinas, los desayunos en familia con cerveza y criollitos…
Ensimismado en esas ocupaciones nostálgicas escuchó la voz de cantante de boleros de Chupete y lo que el susodicho predicaba: “No viste nefli, viste como son las cárcele allá, todos con un uniforme naranja, la comida en bandejitas ¿y sabés porque e eso? Ti lo vua a decí, pensá un poco, ¡es porque son privadas cabeza de termo!” aprovechó el silencio reinante y con un amplio movimiento del brazo derecho señaló las paredes descascaradas, los colchones despanzurrados y las sillas de plástico rotas. El héroe libertario levantó la cabeza, dejó de lado por un momento el recuerdo de sus pagos, el aspecto poco confiable de Chupete y supo, sin lugar a dudas, que la verdad divina del mercado a veces llega de maneras inesperadas.
– ¿Y a que rama se dedica el señor Chupete? – Le preguntó al chango de al lado
– Ja, rama dijiste. Sí, la pegaste; vende yerba boludo.
Ah, tradujo para sí Estanislao, vende yuyos y lo metieron preso, que injusticia. A partir de ahí se pegó a Chupete que le contó los pormenores de su organización empezando por el bagallero del Paraguay, la gendarmería y la policía local. Mucha burocracia tradujo nuevamente para si el héroe serrano. Cuando llegó el momento de la despedida Chupete prometió visitarlo antes de Navidad, tenía unos amigos por sus pagos.
En la caminata a su casa (el colectivo interno estaba en su estado natural, roto), no paraba de pensar, tenía que encontrar algo para hacer que no dependiera del estado impuestor. ¿Pero qué?, se preguntaba, tiene que ser algo que crezca en ese lugar, de fácil acceso y de fácil traslado. Se le ocurrió exportar cuises a China (total comen de todo) pero su experiencia le recordó que son roedores muy escurridizos. Esta meditación libertaria le daba hambre así que cada tanto arrancaba una hoja de peperina y la mascaba. El sabor mentolado lo vigorizaba.
De pronto se detuvo; vio las matas libres que crecían sin ningún cartel de Propiedad Privada que las asfixien. Miró al cielo, empezó a temblar (tal vez por la inanición) y pidió ayuda a los Dioses de Bialet Massé. La respuesta se corporizó en la presencia de un niño que venía comiendo caramelos. Se le cayó uno, Estanislao se lo comió (capitalismo salvaje) y sintió un leve sabor fresco en su boca. Ya tenía el producto: caramelos de peperina, ¡de Córdoba al mundo! Ahora faltaba saber cómo hacerlo, pero eso nunca fue un obstáculo para el emprendedor anarquista de las sierras.
Con un carrito a rulemanes tirado por el cuis Jazmín y la lagartija Ernestina, bajaron a la ruta para conseguir una olla grande y un bolsón de azúcar con vistas a iniciar la producción. Los sorprendió el aglomeramiento frente a un pasacalle que anunciaba la próxima re re re inauguración del transporte interno de la comuna con un móvil cero km. Cuando la multitud de dispersó y la noche se impuso, con un cacho de alambre Estanislao encaró la cerradura del super chino, sin éxito. Jazmín y Ernestina hacían de campana.
En el punto cúlmine del fracaso, sintió una mano en el hombro. “Dejámelo a mí”, dijo Chupete con autoridad profesional. Al cabo de unos minutos trepaban por el camino de las peperinas con el carro cargado. Chupete le comentó que venía a ver unos amigos para iniciar un proyecto, ante la curiosidad del gaucho le terminó contando que se trataba de los chicos del cuarteto punk Los Culeaos. Acto seguido Estanislao le confió su emprendimiento. A Chupete se le iluminaron los ojitos rojos. Yo también estoy con lo de las pastillas, dijo, podemos hacer algo juntos. Se fundieron en un abrazo, el proyecto avanzaba a toda velocidad, como el Titanic. Los Culeaos harían la producción y envasado de Estanislao y Chupete. Todo iba a estar listo para el 23 de diciembre.
El día de la inauguración del transporte el primer lote estaba listo. Estanislao emocionado agarró una bolsita y se fue al evento con la intención de repartirlas a la comunidad como promoción. Atardecía, la hora más piadosa de la sierra. Tomó un caramelo a ciegas. Fue probarlo y ver que una explosión de colores teñía el monumento, el palco donde estaba el intendente, su mujer, la pastora, el cura, algunos naturales, (el jefe de bomberos representaba al cuerpo, ya que constaba de un solo integrante), Altamirano por la policía y también un equipo de la TV Pública que se dirigía a La Falda y se extravió por una indicación de los Culeaos.
Los cuerpos se alargaban como si fueran de goma, los caramelos parecían flotar de sus manos para caer en las en las bocas de los presentes. Cuando Chupete llegó ya era tarde: todos los convocados corrían en bolas alrededor del monumento, los frenos inhibitorios en donde se basa la sociedad occidental y cristiana se habían evaporado, el intendente estaba abotonado con la secretaria, la esposa jugaba con la otra banda local, Los Brocheritos (con todos), dos gauchos vestidos de Adanes se disputaban los favores de la prienda de Bamba (que les resultó impenetrable). El mismo indio presenció el coqueteo de Altamirano con el cuerpo del bombero; el equipo de la TV Pública subía las imágenes del descontrol federal. La apoteosis llegó cuando Ernestina y Jazmín se transformaron en Goodzila y King Kong para pelear por el último caramelo de la bolsa.
Un día después el emprendedor libre mientras juntaba los hábitos de los Brocheritos reflexionaba: que lo parió, como pega la peperina, no sé si llego a Noche Buena.
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