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Pensando un copete sin la palabra Navidad
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NAVIDAD A LA CUBANA
Por Cristina Wargon
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UNA NAVIDAD QUE DEJÓ MARCA
Las navidades, para cualquier persona de más de cinco años siempre rondan con la tragedia. Ni qué hablar cuando una se aproxima a los cincuenta, y los que están cerca, asfixiantemente cerca y todos, de un extremo a otro del país, entran en estado de crisis, rebeldía e histeria. Bátase todo y el resultado no falla: ¡unas preciosas navidades de mierda! Pero,” milagro”, este año no resultó así…Los invito a mi fiestita.
Hete aquí que mis hijos están en Córdoba, por decisión e inalterable amor a su terruño. Diría que, más que tener allí sus raíces están literalmente enterrados en Córdoba…Ellos dirían: “Sí vieja… lejos de vos…” (a estos chicos les falta corazón y le sobra años de terapia). Todo lo anterior los llevó al insólito desacato de decidir pasar las fiestas en la aldea. El motín lo comandó mi hija, que usó viles artimañas para el caso: arguyó que estaba deprimida, que no podía dejar a su gato solo y deslizó, como al pasar que había “amigos de por medio…” Ni los gatos ni los desconocidos amigos me importaban un cuerno, pero si mi hija está triste, yo comienzo en el acto a llorar y me siento plenamente feliz por sufrir tanto. Mi decisión ya estaba tomada: iba a Córdoba.
Pero las desgracias no vienen solas… suelen estar acompañadas de un marido.
El colmo
Mi señor esposo no quería ir a Córdoba pero, frente a la alianza de las parte, su situación se había vuelto insostenible. Con la mayor delicadeza informé que si él no viajaba yo sí, y en caso de poner resistencia me quedaba, pero me encerraba en el placard, para que el 25 me agarrara entre los zapatos de invierno masticando un pan dulce y bolitas de naftalina. Mis argumentos fueron expuestos con “mirada polaca” que, bien saben los que me conocen, augura lo peor .
El hombre no tenía salida. Estaba claro que, en caso de engriparse, por ejemplo, hubiera sido acusado de somatizar y empujado dentro de un colectivo. Pero en un último acto de desesperación…¡se enfermó de paperas!.
Mi observación ante su deplorable estado poco tuvo que ver con el espíritu navideño, mientras le hacía purecitos en medio del calor de diciembre gritaba: “¡¡¡ Hay que ser boludo!!!”. Y ya que estamos en tema, como las paperas pueden “bajarse” le juré que en tal caso se “las” cortaría, pero “yo me iba”. Creo que se curó tan rápido porque los varones son particularmente sensibles en esa zona…
Así fue como con paperas a mitad de empollar y mi histeria acumulada de todo el año, partimos a festejar la ¡Feliz Navidad!. El único consuelo que me sostenía era pensar que mis abuelitos en Auschwitz la pasaron peor.
¡¡¡Los amigos cubanos!!!
Valga una aclaración: las mujeres de la familia hemos heredado por cuatro generaciones, hasta donde sé, la manía de ser hospitalarias. La consigna es: donde duermen dos pueden dormir diez, y cuando no hay comida, da lo mismo cebar mate para tres que para dieciocho.
Mi hija no escapó a esta orden genética, de modo que es absolutamente normal para ella hospedar una amiga en desgracia, o a cualquier caminante que golpee a su puerta. Hete aquí que el Circo Nacional de Cuba, víctima de varias estafas por toda Latinoamérica, había dejado en Córdoba, en vísperas de partir, a dos de sus integrantes. Como ya estarán suponiendo, ambos recayeron en casa de mi hija.
Al llegar, a media cuadra ya se escuchaba la música de salsa… En cuanto entré me besaron efusivamente, y sin dejar de bailar me espetaron:”Oye, pura, ¿quieres ron?”. Me enteré luego de que “pura” se le dice en Cuba a las madres, pero en el acto vi que lo que me ofrecían era whisky. Se los hice notar, a lo que me contestaron:”¡Claro que no es ron, pero ron no hay”.
Dentro de esa ilógica mágica transcurrieron los tres días siguientes. De a poco me enteré que Marilín (rubia y delicada como una muñeca de porcelana holandesa), era la encargada del circo que estaba terminando los últimos trámites para volverse y Alexis (un metro cincuenta), era el hombre bala, esos que saltan en el aire y luego de cinco saltos mortales en el aire, caen sobre una sillita en las alturas (si hay suerte). La música no paraba y todo traslado por el interior de la casa se hacía bailando. Me sumé. La Navidad comenzaba a mejorar.
La historia del puerco
Nunca averigüé a quién de la familia se le había ocurrido asar un chancho. Pero los preparativos comenzaron a las cuatro de la tarde. Por lo que pude observar, nadie tenía una idea cabal de cómo se cocinaba, salvo Alexis, que tiene ideas cabales para todo. Ante las vacilaciones de lo que podríamos llamar el bando argentino, nuestro Hombre Bala dio una clase magistral de cómo se asa un puerco en Varadero. De a poco quedó en claro que, por mas que todos queremos a Fidel, en el tema del chancho, los varones argentinos no iban a retroceder un paso. Se discutió por el fuego, por si había o no que atarle las patas, y en particular, por la cebolla y el chimichurri, pasión cubana por excelencia, pero inadmisible para los asadores locales.
Cuando pensaba que todo iba a terminar en una muerte, que para colmo iba a trascender a los diarios como un asesinato político, Alexis hizo una estratégica retirada al living y se extravió una vez más en los sones de Adalberto Alvarez.
Feliz Navidad
Marilín y Alexis decidieron para el almuerzo homenajear a la Pura (que venía a ser yo) y a su esposo, que empollaba paperas en la cama, con una comida típicamente cubana: congrí con potaje. Su entusiasmo me conmovió, pero no hay nada que se pueda hacer con facilidad en la casa de mi hija. A poco de entrar en la cocina, Alexis apuntó con tono de reproche”¡¡¡ Mira, Pura que esta chica no tiene calderos!!!”. ¡¡¡Y era cierto!!!
La muy vaga fríe papas fritas en la plancha de bifes. Pedí disculpas en nombre de mi hija porque a ella la cuestión le importaba un carajo, y se largó el “operativo congrí”. Desde las diez de la mañana comenzaron a hervir calderos improvisados, el aroma de los frijoles negros inundaba la casa, mientras seguía corriendo el ron y todos nos sacudíamos al son del son. La Navidad todavía no había llegado y ya me sentía imparablemente feliz.
El congrí y el potaje estuvieron listos exactamente diez horas… después del almuerzo, pero resultaron un manjar, con ese toque indefinible de lo que se prepara con amor y mucha alegría. Luego de la cena, los regalitos, y cuando todo parecía terminado comenzó a llegar una bandada de amigos admiradores, simpatizantes, defensores y afines de Cuba, de Fidel, del Che y , sin duda, de la salsa y el ron, lo que, a las tres de la mañana era lo más notable…
A las cuatro caí muerta, llevaba un día de navidad cubana, estaba admirablemente cansada e inolvidablemente feliz, ¡¡¡Marilín, Alexis… espérenme en la Habana porque allí voy!!! Y fui, pero esa es otra historia.
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