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Cuando todo duerma te robaré un color
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24-12 DÍA DEL NIÑO
Por Ricardo Zárate
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Iba a primer grado. Llegó el día del niño. Me daba más o menos lo mismo, en las clases me aburría porque ya sabía leer y en los recreos aburría a los otros niños por lo que los dedicaba a la lectura. Nada presagiaba que algo sería distinto. Pero lo fue. Gané en el sorteo.
Era un premio formidable, un Capitán Escarlata Paracaisdista, de plástico, hueco y con paracaídas. Me resultaba glorioso hacerlo girar como una boleadora y arrojarlo al cielo. Luego lo miraba descender. Creo que me guiñaba un ojo. Éramos muy amigos con el Capitán Escarlata.
Cincuenta y dos años más tarde, Tina me dijo “Este año para la cena de Nochebuena te sortearon para lo de Mariano”. Mariano es mi hermano, que es abogado, pero igual lo quiero.
Llegamos a lo de Mariano. Tina, inexplicablemente le dio el pésame. Pregunte quién había muerto y me contestaron “Nadie todavía, depende de tu medicación”. Entonces propuse un brindis. Se ve que me apresuré, porque ambos meneaban la cabeza al dirigirse a la casa.
Adentro me esperaban mis muchos sobrinos y varios parientes, entre ellos los Tíos Ciegos. De la pareja de ciegos uno es mi tía o mi tío, nunca alcancé a reconocer cuál es cuál.
Todo iba bien hasta que encendieron las luces del árbol y noté algo extraño. El arbolito no decía sí o no como de costumbre: hablaba un idioma que en un principio no pude comprender. Porque no era un idioma, era un código y comencé a descifrarlo. Entonces logré entender de a poco un mensaje. Parecía de la NASA o algo así.
“Los marcianos, enemigos declarados de la tierra, pueden reproducir con exactitud cualquier objeto o persona. Pero antes… ¡deben destruir!”
En un principio me paralicé, no daba crédito a mis ojos pero no pude evitar un grito. ¡Vienen los marcianos!
Mariano dejo un bocado a medio camino y me advirtió “No empieces con lo de siempre, Ricardito y la puta que te parió”.
Una injusticia. Nuestra madre tuvo muchos hijos pero era honrada. Las luces destellaban.
“Encabeza la lucha contra los marcianos un hombre a quien el destino ha hecho indestructible. Su nombre: Capitán Escarlata”
No podía ser casualidad, siempre uso ropa negra, pero para esa cena Tina me dijo que no fuera el mismo croto de siempre y me pusiera el jean borravino y la camisa roja. Me acuerdo que me vi muy parecido al Capitán Escarlata. Ahora entendía. Temblé aterrorizado, el mundo debía saberlo.
-¡Los marcianos, vienen los marcianos y yo soy el Capitán Escarlata!
Los presentes reaccionaron muy diferente a mis palabras esta vez. Mi hermano me tiró con una cubetera. Tina me pegó un codazo de esos para moretón. Los tíos ciegos no entendían nada, claro no veían las luces. Y yo me quedé sordo. Dicen que me ocurre por estrés, de todos modos no escucho nada.
Las luces del arbolito continuaban guiñando.
“Esta es la voz de los marcianos; sabemos que pueden escucharnos, terrícolas”.
Corrí hacia la puerta de entrada y la abrí. Grité desesperado: “¡Los marcianos saben que podemos escucharlos!”
El tío ciego me lanzó un tackle pero le erró. Tina me acorraló con una pastilla en la mano. Mi hermano hablaba por teléfono. Las luces seguían emitiendo el mensaje.
“Nuestro contraataque será lento pero efectivo. Significará la destrucción total de toda forma de vida. Será inútil que se resistan porque hemos encontrado la manera de reestructurar la materia…”
Salí a la calle y corrí. Cada vez más alterado y presa del pánico continué con mi alerta: “¡Los marcianos, llegan los marcianos. Los marcianos contratacan, pueden reestructurar la materia!”.
A lo lejos se escuchó una sirena. Seguro ya eran las doce y yo no quería perderme el brindis. Me detuve y emprendí el regreso a la casa mientras seguía alertando a los vecinos.
La familia me esperaba en el jardín. Tina me hacía gestos varios, ninguno reproducible. Noté que habían llegado más invitados. Y, por fin, un vehículo de Cascos Azules o de la Cruz Roja.
Tina hizo señas a los desconocidos y se acercó a mí. Empezó a mover las manos. Me dijo que otra vez la había cagado, que no podía hacer una distinta cada año. Le contesté con unos saltos de rana cosaca. Me interrumpió diciendo que no había ningún marciano, que eran unas lucecitas de mierda y que la NASA no tenía una mierda que ver y la reputa que lo parió y que estaba viendo cómo hacía para que no me llevaran los del siquiátrico, que no eran de la Cruz Roja ni de los Cascos Azules.
Eso me animó. Les quise explicar a los señores de la ambulancia que si Tina lo decía, tal vez no estábamos en peligro. Se ve que no pudieron entender mi malambo sin boleadoras mezclado con la danza de la grulla. Hay personas que no me entienden cuando estoy sordo.
Por suerte la camisa que me pusieron, aunque incómoda, era blanca y tapaba la roja. Ningún marciano iba a poder reconocerme.
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