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¿Navidades judías?
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PAPÁ SANTA NOEL CLAUS
Por Gabriel Steinberg
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A veces la vida tiene giros inesperados.
Soy judío, de esos judíos que sólo nos prendemos a la hora de los festejos y las comilonas. O sea, muy respetuoso de todas las religiones, muy poco practicante.
Como decía anteriormente, Pesaj, Rosh Hashaná y todo lo que signifique comida está bien. Arenque, hígado rallado, guefilte fish, farfalaj, kniches y podría seguir así por varias páginas. Todo esto, por suerte se pudo sumar a lo que viene.
Mi tío, en esos acuerdos antiguos y raros, esos contratos matrimoniales, se casó con mi tía, cristiana ella, pero que se quiso convertir al judaísmo. Se preguntarán por qué hablo de contrato.
Entre sus condiciones puso que la Navidad se seguía festejando. Sí o sí. Si lo analizo bien no sé si era un espíritu muy religioso, o si al menú de la colectividad judía le quiso agregar vitel toné, lengua a la vinagreta, matambre, pionono, pan dulce y todos los clásicos navideños.
La cuestión era que el 24 de diciembre, todos los primitos judíos nos sentábamos cerca del árbol para ver qué nos tocaba. Porque si hacíamos la Navidad la hacíamos bien, con regalos y todo.
Debe ser por esa experiencia que con el tiempo y las vueltas de la vida, cuarenta años más tarde, mi gran amigo Pablo me dijo en tono confidente.
– ¿Viste que la nena es chica todavía? Bueno, quiero pedirte un favor.
Eso me dijo y me la vi venir. El tipo judío tenía que disfrazarse de Papá Noel. Entonces, y sólo para hacerle un poco más difícil la cosa le dije.
– Che. Pero yo no me parezco ni un poco a Santa Claus. ¿Qué onda? Soy pelado, no tengo barba y en esa época no usaban lentes.
Lo noté incómodo, dando vueltas a pura palabra. Hasta que por fin lo largó.
– Bueno, pero tenés la panza.
Que lo reparió. Sabía que venía por ese lado. Cuestión que ahí estaba yo, el gordo de apellido Ruso/Polaco a las 23:45, yéndome a la pieza. La temperatura de 38 grados que hacía en la casa, se convirtieron en casi 60 dentro del disfraz, que dicho sea de paso era dos talles menos de lo que necesitaba. El cinturón no me cerraba, se me escapaba una teta, sin corpiño y llena de pelos, la parte del pantalón era una especie de calza que si me tiraba un pedo se me hinchaba un tobillo. El tiro bajo hacía que si me agachaba automáticamente me transformaba en plomero con la raya del culo a la vista. El gorro, deforme y acorde con el precio miserable que pagaron por el disfraz, no se distinguía si era el de Santa, el de un pitufo o el de un enano de Blancanieves.
Justo cuando empezaban a sonar los petardos y los cohetes aparecí entre los árboles, con unos lentes prestados que no me dejaban ver nada, las ramas jugaban en contra y mi cara parecía venir de una pelea mano a mano con un yaguareté. Seguí derecho, obviamente con las luces apagadas. Las bengalas de los vecinos eran la única luz, y sí, me fui de culo a la pileta.
Por suerte logré revolear la bolsa antes que mi cuerpo entero se sumergiera. Adentro de ese traje hagan de cuenta que era un niño envuelto, sin ninguna posibilidad de salvarme, de no ser por Pablo que me rescató. Lo mínimo que podía hacer el hijo de puta.
Los flashes no dejaban de encandilarme, y mientras disimulaba la situación al grito de Ho Ho Ho, algún tío medio lúcido le explicó a la niña que Papá Noel venía de otro país en el que llovía mucho y por eso andaba empapado. En todo caso no estaba empepado, apenas un par de tragos que había tomado como para hidratarme al lado de la parrilla. Consejos de salud pública. En la tv siempre hablan de hidratarse.
Los viejos miraban sorprendidos, los de mi edad se cagaban de risa y la nena estaba aterrorizada de este Santa Claus.
La fueron convenciendo que se acercara, y ganó confianza cuando le contaron que toda esa bolsa, de consorcio, estaba llena de regalos para ella. Abrió el primer paquete, abrió el segundo y mirando al padre le dijo: -Pá, mirá que casualidad. Papá Noel tiene el mismo reloj y el mismo tatuaje que el tío Gabriel. Santa Claus emprendió una veloz retirada imaginando que tal vez la próxima le convenía esperar hasta Reyes y aparecer como Melchor, por lo menos debajo de esas polleras podía quedarse en bolas.
Volví a la pieza a cambiarme, otra vez en malla y ojotas, escondí el reloj por las dudas.
Esa noche después de varios brindis me pintó el pedo filosófico. Pude imaginar la cuadratura del círculo, pude suponer el tema de la vida después de la muerte y porqué se corta la mayonesa si la hace una mujer que está indispuesta.
Lo que nunca pude entender es que hacía un gordo judío creyéndose que puede hacerse pasar por Papá Noel.
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