El Caso del Contador Quinterno

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Hay días en que lo mejor es no despertarse

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EL CASO DEL CONTADOR QUINTERNO

Por Liz Marino

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El Caso del Oontador Quinterno Humor a la Wargon

El Caso del Oontador Quinterno

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Fernando Quinterno, contador público y buen padre de familia, se despierta 6.30 en la cama king de su socio el contador Anselmi, que duerme a su lado con el torso desnudo y un slip dorado. Ha pasado la noche con él.

Aturdido, mira a su alrededor, toma de la mesa de luz su celular. Treinta y dos llamadas perdidas de su mujer.

Lo sacude a Anselmi, Jorge qué hago acá? ¿Qué carajo pasó Jorge?

Anselmi, profundamente dormido, mete la cabeza bajo la almohada, le molesta la luz, dice: cerrame la cortina.

Fernando salta de la cama, la bordea y lo toma a Anselmi de los pelos, le agita la cabeza, contestame la puta madre, ¿qué hago acá? Anselmi no reacciona. En su mesa de luz, dos vasos, una botella de vodka, pastillas y comprimidos por todos lados. Fernando se viste, grita la puta que te parió Anselmi, sale y da un portazo.

Llama a su mujer, le dice que no se asuste, que él está bien, que Anselmi se deprimió y fue a hacerle gamba a su casa y se quedó dormido, se olvidó el celular en la oficina ayer. La mujer lo manda a la concha de su hermana, los chicos faltaron al colegio avisa, y dejá de mentir hijo de puta. Luego cambia de lenguaje, comienza a relinchar, relincha y bufa.

Fernando acelera el auto, no recuerda nada, qué carajo pasó, si cogí con Anselmi lo mato, puto hijo de puta. Al llegar a su casa desde afuera escucha los golpes en los muebles, Analía está ordenando la cocina mientras relincha, ya no puede hablar, tiene un jean, remera y cascos en vez de las Nike de siempre, en la mesada hay alfalfa y terrones de azúcar. Fernando tiembla. Analía está mutando a caballo. Fernando escapa, corre, sube al auto, arranca. Analía persigue el auto al galope varias cuadras.

Fernando maneja, para calmarse respira hondo como vió en un tutorial. Todo esto sólo puede ser un sueño, ni él durmió con Anselmi ni su mujer es caballo, se va a despertar y todo estará bien.

Para en una YPF, entra a la tienda, pide un café doble, se sienta, la cabeza entre las manos. Llama a su ex terapeuta Oscar, está el contestador. La grabación dice: “Usted se ha comunicado con el licenciado Oscar Borrose. El licenciado se ha tomado licencia para hacer una licenciatura. No olvide renovar su licencia de conducir.” Fernando corta, sale, empieza a llorar, sube al auto.

Ahora va para la casa de su madre, en Banfield, es lejos pero necesita calmarse en un lugar seguro. Su madre lo recibe y le convida unos ravioles de anoche. Lucen bien, Fernando come y se rompe un diente. ¿Qué les pusiste, vieja? Cebollita de verdeo y canto rodado. Quiero fortalecer la dentadura, me lo recomendó Iris ¿te acordás de Iris, de acá a la vuelta? Fernando se guarda el medio diente sucio en el bolsillo, dice que se acuerda de Iris, pero no se acuerda. Dice que se tiene que ir, se va.

Necesita rezarle a algo, pero es ateo. Ateo las pelotas, piensa, y para en la iglesia de Triunvirato y Cullen. Entra y se sienta adelante de todo, hay un par de mujeres arrodilladas más atrás. Mira a Cristo enfrente, le hace acordar a él, un pobre tipo y nadie le da una mano y lo desclava de ahí. Entonces murmura mirando para abajo. Pide a quien sea le devuelva su vida normal, su mujer rubia, su socio fiel, su oficina contable del quinto piso, su madre de antes, que no comía piedras. Hará una peregrinación como hacen los fieles, promete.

Algo aliviado vuelve al auto, piensa en sus hijos, quiere verlos, ir a casa. Tiene miedo de su mujer caballo. Pasa por una talabartería, compra un rebenque, si nada hubiera cambiado podrá protegerse.

Llega y desde afuera los ve en el patio delantero. Migue está jugando a la pelota con dos amigos, se acerca para ver mejor. Los amigos son iguales, exactamente iguales a Migue, hay tres Migues idénticos, han clonado a su hijo. Horrorizado, ve que Lucila juega con sus Barbies en un costado del patio, las peina y les habla con su boca que ahora es mecánica, su hija tiene una hendija de acero en el medio de la cara, la abre y la cierra, le recuerda al portón del garage.

Listo. Todo se fue al carajo. Fernando llora, tiembla y llora, levanta fiebre y pasa horas en el auto estacionado, a una cuadra de su casa. Ni llamar a nadie puede, hace rato que murió su celular.

Con la vida así quiere matarse, va a ir a matarse ahora mismo. Mareado y sediento maneja hasta su oficina de avenida Córdoba, tira el auto en cualquier lado, entra al edificio y va directo a la terraza. Se trepa al borde y mira abajo. Piso 15. Va a volar y listo. Chau. Cierra los ojos pero no se tira.

Vuelve a mirar. No se anima.

Parece que no se va a animar.

Baja despacio del muro, llora, se le resbalan las manos por el sudor frío. Se va del edificio, busca el auto, de pedo no se lo llevaron, quedó con la llave puesta. Necesita tomar agua, ducharse, entender algo.

Arranca y enfila para lo de Anselmi, capaz que ya se despertó. No lo va a putear. Le va a decir por qué no comen algo y ven alguna serie, y que le queda lindo el slip dorado.

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