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Sin salir de mi aeropuerta puedo recorrer los caminos del mundo
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CRISIS VACACIONAL
Por Tomás de la Fuente
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Salí de vacaciones. Había pegado unos pesos y por primera vez en mi vida decidí tomarme vacaciones en serio. No de esas pedorradas de un día a algún balneario o a la casa de algún primo con pileta o una sesión de horas y días de Netflix. Vacaciones, lejos, solo y desenchufado.
Como nunca había sacado pasajes de avión pedí consejo. Fue cuando me enteré que la combinación más barata a Río de Janeiro era haciendo escala en Tokio, once horas, un paso fugaz por Helsinki, breve estadía en La Guardia, vuelo rasante sobre Melbourne, luego Montevideo y finalmente Brasil. Ni cuatro días en total. Pero no tenía apuro y aprendí a disfrutar de cada free shop en donde no me podía comprar un carajo. Lindo.
La primera semana en Río no resultó tan plácida como pensaba. Por algún motivo parecía presa fácil de la delincuencia. Ya el primer día me robaron el morral. Luego la billetera, después la billetera de repuesto. Se debe haber corrido la voz de que estaba seco pues dejaron de intentar robarme. Fue cuando empezaron las violaciones. Se me hizo particularmente penoso el día que me vejaron tres veces en la misma cuadra y más tarde en hall del hotel. Pero peor resultó cuando me encarcelaron por prostitución. Afortunadamente el juez se mostró comprensivo y me multó solamente. Al manifestarle mi absoluta insolvencia me preguntó si vocé jogaba dunga dunga. El precio de la libertad carajo.
Exceptuando el hambre y el hecho de dormir al raso, la pasaba bien. Lástima lo de la marea roja que impedía el esparcimiento en el agua. Pero todo bien. Inclusive los vecinos que me habían agredido sexualmente ahora estaban más bien tirando a cariñosos, como que me tomaron cariño. Y me fui acostumbrando.
Finalmente se dio una a mi favor. Por pura piedad unos amigos de Salta me mandaron algunos pocos dólares. Definitivamente ya me agradaban las vacaciones.
Pero no hay mal que dure cien años ni bonanza que aguante ni diez días. Desde Buenos Aires me llegaron noticias desalentadoras. La vecina de mamá llamó para avisarme que no cobró la jubilación porque le hackeron y no pudo hacer las compras del mes. Una desgracia, sí, pero que habría resultado menos tormentosa si no fuera porque en menos de un día se habían triplicado los precios y no había llegado a hacer acopio. La vecina también es jubilada, pero previsora y un tanto más joven, por lo que tenía una quintita de balcón y las sobras de navidad. Lamentablemente los dientes de mi vieja no podían con la dieta de frutos secos, maní y turrón del 2001.
Llamé a mi vieja. Desde luego le dije que regresaría de inmediato a resolver el tema a como diera lugar. “Pero no te juntes con más que otras dos personas al llegar a Ezeiza porque ahora no se puede”. Pobrecita. El hambre claramente le nublaba el juicio, porque comenzó a explicarme algo sobre decretos derogando leyes. Realmente me preocupé por su salud mental.
Emprendí el regreso. Después de todo ya tenía el pasaje comprado. Lamentablemente una ola de calor recorría Finlandia y el viaje se demoró por un tema de motor recalentado. Ahí podía verse el avión con el capot levantado al costado de la pista. Las noticias de Argentina se agravaban. Los diarios europeos hablaban de un fenómeno de demencia colectiva asolando la patria. Y la vecina de mamá decía, crispada, que ella no la pasaba tan horrible pero que mi vieja clamaba por alimento.
Peor fue lo de Melbourne. Una invasión de alacranes impedía los aterrizajes por lo que tuvimos que desviarnos a Jakarta. Dos días más tarde regresamos a Australia pero a Sidney. Recién de ahí a Tokio. Cuando presentaba el pasaporte argentino me daban el pésame y me preguntaban si había huido a tiempo. Cuando les respondía que estaba regresando me ofrecían servicio de siquiatría gratuito. Pero nada impediría mi vuelta salvadora.
La demora en La Guardia fue menor, pero empalmaron el vuelo a Barajas por un problema de falta de insumos para el café. Desesperado llamé a la vecina de mamá avisando de mi demora. Nora me contó que mi vieja intentó comerse los escarpines que estaba tejiendo para el nietito pero que no digería bien la lana.
El vuelo Barajas-Montevideo se vio demorado por una escarcha pertinaz en la pista de Madrid, un fenómeno muy poco usual en el verano boreal. Es que aquí también estamos de ajuste, dijeron. Me quedaba una sola llamada y la guardé para cuando llegara a Uruguay.
Dos días más tarde pude hacer la llamada, temblando de ansiedad. Nora me contestó con un tono un poco más relajado.
-Quedate tranquilo. Tu madre se comió a mi perro.
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