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Si falla el un, dos, un, dos, siempre queda el cinco contra uno
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SHADCHANIM
Por Pablo Colombo
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Se aproximaba San Valentín, y mi psicóloga Gabriela Goldfarb me preguntaba con quién lo iba a pasar. Me acordé de la tradición judía de los shadchanim: casamenteros. “Pues con nadie”, fue mi respuesta, “eso es un invento reciente”.
-¿No llegó la hora de superar el duelo, Pablo?
-Gabriela, ya sé qué ingredientes tiene el vino con soda.
-Pero no se trata de eso… se trata de formar una nueva pareja, para bien de tu salud mental.
-¿Y qué hay de la salud mental de mi pareja?
-Cito la Biblia: “No es bueno que el hombre esté solo”.
-Y yo cito la publicidad “Que no te rompan las pelotas no tiene precio. Para todo lo demás está Visa”.
-¿No era Mastercard…?
-Yo tengo Visa. Ya tuve suficiente de pareja. Necesito otra como un agujero en la cabeza.
Gabriela no insistió. Pero a la tarde tuve sesión con mi psiquiatra, el Dr. Sergio Edelsztain, y quería hablar de algo más que de la dosis de quetiapina. Me preguntó si no fantaseaba con tener otra pareja.
-Sí, alguien como Emilia Attias.
-No, yo digo alguien real.
En código: algo que esté a mi alcance. Porque Emilia Attias es real. Royal. Yo le dije que ni en pedo. “No quiero pertenecer a un club que acepte como miembros a gente como yo”.
-No, pero mire, ahora está Tinder. Hay aplicaciones para todo. Con probar…
Subí las fotos, escribí alguna pavada al uso, y me puse a jugar al quini 6 hacia la izquierda y hacia la derecha, solo que con menos probabilidades. Al rato había tenido un “match”: una señora con una sonrisa muy linda, y muy simpática en el chat y en la conversación telefónica.
Como ella vivía en el conurbano norte y yo en Zárate, quedamos en encontrarnos en Italpast “La Reserva”, en Río Luján. Yo tenía la dosis estándar de mariposas en el estómago y como siempre llegué 30’ antes. A la hora convenida ella no llegó. Media hora después tampoco. Mis mariposas en el estómago eran las únicas que se alimentaban de grisines. Cuando se cumplieron 45’ de retraso yo ya tenía una bronca negra y había pedido mi pasta alla Norma, mandándola a la mierda a ella, a Tinder y a mis profesionales de la salud. Entonces se dignó en llegar.
Y lo hizo quejándose del camino, que se había perdido, que Google Maps y que las pelusas del ombligo. Yo pensaba “¿qué, no se inventaron los teléfonos? ¿O lo usa solo para Tinder?”. Recién ahí le miré la cara.
La foto que ella había subido se remontaba a la época de la caída del Muro de Berlín y, a juzgar por el resultado se le había caído encima. Para de una vez decir cosas tremendas: lo que se le había caído era la jeta. Justo entonces llegó mi plato: les dije que lo llevaran para recalentar y que trajeran los dos juntos.
-Che, y ese trabajo tuyo, tan creativo, que hacés con las lanas, ¿es redituable? –pregunté con escepticismo.
-En este momento estoy teniendo ingresos negativos. –respondió ella.
Ingresos negativos: Dujovne no lo habría dicho mejor. Imposible lograr que me explicara cómo hacía para mantenerse. Por lo menos la pasta estuvo rica. ¡Y el tiramisù!
-Tinder es una timba, eso me comentaron –dijo mi amigo Yankel, casado con Perla desde tiempos inmemoriales. Mirá: ¿querés que te presente a una mina piola piola?
-¿Como quién?
-Perla tiene una prima que es profesora universitaria y que está viuda desde hace mucho tiempo. Si querés te la presento.
Perla, inseparable, me miraba asintiendo con la cabeza. “Bueno”, dije sin mucha convicción y con cero grado de libertad. Ya tengo a las doce tribus en mi contra, pensé. La tradición judía de casamenteros es ancestral: shadchanim.
Siendo profesora universitaria, era fácil de rastrear. En efecto, entré en Linkedin y ahí estaba: tenía muchos papers y libros publicados, pero parecía la reina Isabel con diarrea.
Días más tarde, Yankel –metido como siempre- me preguntó:
-¿Y, cómo te fue con Rut?
-No la llamé –le dije algo culpable.
-¿Pero por qué? Creí que buscabas algo de alto vuelo.
-Yánkele, ya sé que es una genia, pero ¿sabés qué? –miré alrededor por si aparecía Perla –nosotros tenemos un órgano que no podemos engañar. Y no es el cerebro. Ese se engaña fácil. Si el organito dice que no, no hay vuelta que darle.
-Lo que me querés decir es que Rut es incogible –dijo Yankel.
-No quería decirlo tan terminantemente.
-Pablito, a esta edad somos todos incogibles.
-Y bueno, ¿el pueblo de Israel no peregrinó en el desierto por 40 años?
-¿Y con eso?
-Que a mí me tocó la peregrinación en el desierto. Así que ¿para qué necesito paraguas?
-¿Como sombrilla?
-No seas boludo, Yankel. Yo no necesito Tinder. A mí con Pornhub me alcanza y me sobra.
-No estopa sino paja -comprendió Yankel.
-Veo que entendiste a la perfección. Las dos arden bien.
-Ya lo dice el Talmud “que tu mano izquierda no sepa lo que hace tu mano derecha”.
-¿Pero ese no es el evangelio según San Mateo?
-¡Ah, yo soy ecuménico!
-¿Pero a qué rama del judaísmo pertenecés vos?
-Al judaísmo gástrico. Vení, vamos a comer los knishes que hizo Perla.
Cena con amigos: nada mal para San Valentín. Debe ser el único del santoral que se celebra con plétzalej, knishes, sandwichitos de pastrami y tiramisù (bueno, yo algo tenía que llevar). En nombre del padre, del hijo y del espíritu santo: Shalom.
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