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¿Fútbol o PC?
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PENIENTE
Por Gabriel Steinberg
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No me jodan.
Hay cosas que no se discuten, el pibe tiene que ser del mismo cuadro que el padre. Sí o sí.
Y no te me vengas a hacer el democrático y que el nene elija, porque después se pone otra camiseta y te termina gritando los goles en la cara o llorando en la pieza porque vos le gritaste los tuyos cantándole y saltándole alrededor el ….. Oh, no tenés aguante, pendejo forro y vigilante……
Justo cuando entra tu mujer y te tira con el repasador en la cabeza al grito de ¿Qué te hacés el barrabrava bobo, que nunca levantaste el culo del sillón para ir a la cancha? Rajá de acá y dejá de joder al nene.
Obviamente mi hijo es del Rojo, el mismo cuadro que yo y coincidimos que no hay un abrazo más pasional y puro, nada fortalece más el vínculo, que esa tenaza rompehuesos en la que se transforma ese abrazo en el grito del gol.
Con él todo Ok.
El tema fue cuando nació mi sobrino.
Mi viejo ya no vivía como para meter fuerza y mi hermano tiene menos fútbol que la Revista Para Ti.
Había que lograr el objetivo, fuera como fuera. Un dato no menor, la otra parte de la familia, o sea la familia de la mamá del pibe es de otro equipo. Al toque nomás saltó la alarma. ¡¡¡PELIGRO, PELIGRO!!!.
¡¡¡RESCATAR A LA CRIATURA O SERÁ SECUESTRADA POR EL ENEMIGO!!!
No quedaba muy bien que el tío mayor, o sea el encargado de transmitir ese ADN apareciera el mismísimo día del nacimiento hablando del tema, pero había que llegar a la meta sea como sea y la carrera ya se había largado.
Estrategia es lo que hacía falta y el primito de quince años, mi hijo, fue la herramienta, El Caballo de Troya.
Como tío serio que soy llegué con un hermoso regalo para el recién nacido, no recuerdo muy bien qué ni me importa, pero sí recuerdo lo que con una cara de inocente que ni el mejor actor de Hamlet, traía el primito en la mano.
Eran siete bolsas, si siete, todas rojas y con el escudo impreso.
Chupete.
Mamadera.
Pelota de trapo.
Gorrito.
Termo.
Guantes.
Escarpines.
Batita.
Talco.
Manta.
Sábana.
Frazada.
Pijama.
Medias.
Camiseta.
Bolso para pañales.
Toalla.
Toallón.
Toallita.
Peine.
Cinta porta chupete.
Alicate.
Almohada.
Capucha.
Champú.
Shorcito.
Camperita.
Sonajero.
Cremas.
Peluches.
El escudo para decorar la cuna.
Ahhhh, y la patente con su nombre y su escudo para el cochecito, no vaya a ser cosa que le hicieran la multa por circular sin identificación.
La mirada de algún pariente materno me intimidó, pero bajo la explicación de “este pibe está loco”, señalé mordiéndome el labio inferior y haciendo el movimiento del destornillador con mi dedo índice en la sien a mi hijo de quince años.
Besamos a la mamá, al papá y de lejos al recién nacido y encaramos la puerta para irnos.
– Ché. ¿Le puedo sacar una foto al nene? Le pregunté a mi hermano.
– Sí, pero sin flash me dijo.
– Listo.
Foto y a casa.
Nunca nadie imaginó que el pibe iba a pasar a ser el socio más joven del Rojo, con una bonificación de nueve años de beca para la cuota mensual y con un diploma por haber sido asociado el mismo día de su nacimiento.
A la mañana siguiente le llegó un sobre a m hermano con el carnet del pibe. Primer objetivo, logrado.
A fuerza de cantitos y horas y horas pasándole partidos del Rojo al pibe le fue entrando el gustito. En sus primeros pasos nomás ya pateaba cualquier cosa y gritaba golll de Peniente. No importaba que lo dijera mal, ya iba a aprender.
Y si de casualidad escuchaba un grito de gol en la radio, la calle o por la ventana, cuando miraba para ese lado, obviamente le decíamos Golll del Rojo !!!. Y ahí disfutaba él, saltando, gritando y aplaudiendo.
De hecho si no hacía caso, mi amenza era que no lo iba a dejar gritar más los goles de Peniente.
El pibe fue creciendo, cada vez más futbolero y llegó el día tan esperado de ir a la cancha.
Él, el primo y el tío. No recuerdo porque mi hermano no fue, si porque no tenía ganas, le chupaba todo un huevo o si estaba estudiando la influencia de la Vaquita de San Antonio en el Virreinato del Río de La Plata.
La previa arrancó unos días antes, comprar la camiseta actualizada, la gorra, la vincha, los pantaloncitos y la bandera. Lo pasamos a buscar por la casa, parada obligada en el kiosco, caramelos blandos, duros y las gomitas de eucaliptus que son la cábala.
Media cuadra antes me hizo comprar los calcos para su pieza, una bandera distinta a la que tenía y un dije con una cadenita.
La entrada muy emotiva, mostró su carnet, se abrió el molinete. Subimos las escaleras y es una sensación impagable ver los ojos y la cara de un pibito que descubre cómo es algo que él imaginaba, por primera vez. ¡Pero acá está el pasto de verdad!, dijo.
La fiesta, la hinchada, los jugadores, todo lo apasionaba.
Convengamos que cualquier canción que te gusta o que te representa y se canta masificada, te hace correr ese no sé qué por las venas.
-¡Tío, los jugadores de verdad! Me dijo.
También firmamos los tres de palabra un acuerdo que a la criatura lo sedujo. Podía putear.
Escuchó tanta puteada en la cancha que le dieron un poco de ganas.
¿Y cómo decirle que no en semejante entorno? No olvidemos que los tíos y los abuelos vinimos a este mundo a maleducar.
El contrato incluía que al salir de la cancha y volver a casa, se terminaba el permiso ilimitado de puteadas.
Yo creo que fue tanta la emoción del permiso que de repente se lo escuchaba gritar insultos inéditos como ¡La Concha de tu parió!, ¡La mierda de tu hermana!, o ¡Chupáme la lora!
Pasó el panchero, quiso pancho, pasó el cocacolero, quiso Coca Cola, pasó el de las golosinas, compramos más golosinas, pasó el de las hamburguesas y quiso hamburguesas.
Todos sus gustos debían ser satisfechos, no vaya a ser cosa que algo hiciera que no quisiera volver.
Los jugadores también debían ayudarme un poco, porque si no llegaban a ganar, entraba yo al vestuario y los fajaba a todos.
Más de cuarenta lucas llevaba gastadas ese día para que el Rojo le llenara todas sus expectativas.
Cuando ya estaba llegando al límite del efectivo, pero con el triunfo asegurado, me pide que le haga upa y me dice.
-¿Vamos ahora los tres a festejar y comer pizza?
La verdad es que yo no lo tenía en mis planes, pero él me dijo que yo se lo había prometido y es muy probable que con tal de hacerlo del Rojo le hubiese prometido lo-que-sea.
Por suerte la pizza con la gaseosa y el flan ya los pude pagar con tarjeta.
Llegamos a la casa, bajó corriendo del auto y se abrazó al papá.
-¿Cómo la pasaste, te gustó? Le preguntó mi hermano.
– Sí, dijo el pendejo. Lo que más me gustó fue cuando se lastimó un jugador y entró un carrito a levantarlo y sacarlo de la cancha.
– ¡¡¡Pero la recalcada concha de la lora!!!. Doscientos millones de dólares me gasté para darle todos los gustos y el pibe disfrutó del autito que se llevó a un tipo con fractura expuesta de tibia y peroné.
La bronca me llevaba como el mismísimo diablo, lo decidí en un segundo. La próxima vez lo llevo a Disney, me alquilo un autito eléctrico para no caminar tanto y nos subimos a la montaña rusa gritando ¡¡¡Dale Rojo, dale Ro!!!
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