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Soltate el pelo con Wellapon.
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CRÓNICAS DE MENDIOLAZA X
Por Cristina Wargon
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PELOS MÁS, PELOS MENOS
Finalmente, una se acostumbra a lo que la edad ha hecho de nosotros. Un asco. Frente al destrozo, según se sabe, quedan dos caminos: ofrecer batalla hasta quedar rígida, no por la artrosis sino por el botox, o pensar “basta con la salud” y conformarse con ser auto válida, amable y limpita, y que el maldito cuerpo haga lo que tenga ganas. Ahí, amigas, me parece, alcanzamos cierta sabiduría y dejamos atrás mucho trabajo en vano.
Pero todo tiene su límite. La resignación alcanza hasta el día en que descubres que se te está cayendo el pelo. ¡Ah no! ¡Vieja sí, pelada nunca! Recuerdo haber tenido un pelo como cinco leones juntos, después de una pelea de almohadas. Recuerdo que nunca me tomó más trabajo que lavarlo y dejar que mis eufóricos rulos se formaran al viento. Como no recuerdo que se cayera, estoy segura de que no.
Y aquí aparece Mendiolaza. Todavía no he terminado de adaptarme y tengo algunas reacciones citadinas; creo, por ejemplo, que cuando una se desespera debe ir al médico. Pero tiene que ser una desesperación justa; si te pasas y te da un ACV, conviene que la familia llame directamente al servicio fúnebre porque no tenemos ambulancia y hasta que llegue de Córdoba ya los vecinos se quejan del olor. En cambio, si te estás por quedar pelada, se puede programar una salida al médico y ya que estás juntar todos los achaques del último año.
No fue de la misma opinión mi médico, que insistió en auscultar si todavía me queda un rastro de pulmón y otras menudencias y solo se mostró sensible a la pregunta al final. Entonces le dije, cargada de dramatismo polaco: “Doctor, me estoy quedando pelada, ¿qué puedo hacer? ¡Me estoy convirtiendo en un monstruo!” Solo me miró. Pude leerle en el silencio que se hizo sus palabras: “¡Pero hay que ser boluda!” Recién entonces lo miré por primera vez como se mira a un ser humano, no a un doctor, y descubrí que tenía menos pelo que yo. Nadie salió nunca tan rápido ni tan avergonzada de un consultorio.
Mi respetuoso cariño al Dr. Ferruchi que me ha mantenido viva estos años y junto con mi cariño unas palabras de consuelo: curar pueden algunos, pero contra la idiotez congénita no hay remedio. Total, si termino pelada, los sombreros me quedan divinos. Vuestra e infatigablemente frívola.
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