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Como patas de ñandú
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ADELAIDA, LA DE LAS TETAS CÁIDAS
Por Claudia Baier
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Adelaida, la de las Tetas Cáidas
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El corpiño es un “mal necesario”, como los abogados. No los querés usar, son molestos y caros, pero hay un momento en la vida que se vuelven indispensables.
Cuando sos muy joven podés prescindir tranquilamente de sus servicios. Tenés las tetitas turgentes, armadas, contundentes. Una gloria. Y en todo caso te arreglás con ese corpiño berreta del cajón a granel de las ofertas.
Pero, con el paso del tiempo, se vuelven ingobernables. El metabolismo se volvió remolón y tu voluntad también, como para compensar haciendo dietas de pajarito y entrenamiento de fondista keniata. Ergo, las tetas además de flácidas y deformadas, se vuelven grandes y adiposas. Y no hay corpiño de oferta de cajón a granel que pueda domar semejante rebelión.
Necesitás corpiños que oficien de armadura y encofrado. Porque tienen que ser resistentes para contener y levantar tanta mercadería y a su vez, tienen modelar, para que esas masas deformes se parezcan a dos tetas y apunten para donde deben.
Entre el corpiño de cajón a granel y el ABC1 de los corpiños que cuesta un riñón, hay un medio pelo que zafa y que capaz con el aguinaldo lo alcanzás. Pero ya comprobaste con desazón que se estiran demasiado pronto, no forman la redondez y uniformidad deseada, se le descosen las costuras y el bendito aro metálico se dispara siempre, sin compasión, para apuñalarte arteramente la axila.
No te las juntan ni alinean para que apunten al frente, te las dejan a una mirando al este y otra al oeste, y entre las dos un gran valle árido. O sí, te las dejan apuntando al frente, pero con forma de pico como dos misiles. Otros les dan forma de dos bombuchas oblongas apuntando a cualquier parte. Resignada, cosés ingenuamente el agujerito de donde se escapó el aro a la segunda postura y salís a la calle con tus bombuchas irreverentes, pero a las dos cuadras el aro volvió a salir de su cautiverio. Querés sentarte a llorar en el cordón.
Pero seguís, simulando comodidad, con tu corpiño mediopelo hasta que te enfrentás de casualidad con el reflejo de una vidriera que te devuelve tu imagen con un par de tetas llegando a las rodillas. No te reconocés. Una auténtica Adelaida. Y te querés pegar un tiro en las tetas precisamente. Son implacables esos reflejos.
Impactada y turulata por la imagen, cuando lográs salir del estupor te proponés muy resuelta a hacer algo con ese desparramo. Un estudio rápido de mercado te sugiere que todo lo que llevás gastado en los teteros mediopelo, te alcanzaría para comprar el inalcanzable ABC1 de los corpiños.
Esperás al aguinaldo, que te alcanza para una cuota de las 24, y resignás la compra del hornito eléctrico para adquirir ese objeto de deseo: un reductor de marca reconocidísima.
Y sí, cuando te lo probaste por primera vez, fue como bajar de un Corsa y subirte a un Audi con tapizado de cuero. Tus tetas milagrosamente levitaron, adquirieron una redondez uniforme y natural, se alinearon y apuntaron donde debían y redujeron un talle!. Quedaste al borde del llanto de la emoción. Cerrás los ojos, esgrimís la visa y te lo llevás, orgullosa y feliz como si hubieras cerrado un ventajoso negocio inmobiliario o comprado tu primer cero kilómetro.
Lo cuidás más que a tu vida y seguís las indicaciones de lavado y cuidado de la prenda como nunca hiciste con otra. Si tuvieras caja fuerte lo guardarías ahí. Lo usás mechando con los mediopelo y para ocasiones especiales, porque comprarte más de uno es algo que tu economía no entendería. Te dura años y el aro metálico se mantuvo siempre a raya sin atreverse a asomarse jamás.
Respirás profundo diciéndote que te lo mereces y gritando: la puta que vale la pena estar vivo!! delante de la puta vidriera.
El dinero no hace la felicidad, pero siempre es mejor llorar con las tetas erguidas.
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REVISTA A LA GORRA
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