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Poniendo estaba la gansa
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HAGA SU PAGO SIN CHISTAR
Por Pablo Colombo
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No existe tal cosa como ponerla gratis. Ley de mercado: Acepté una “sugerencia” de mi novia Noelia para asistir, junto con su amiga Gabriela, a una peña folklórica en su ciudad de Baradero.
Asistí como quien va al cadalso. El folklore no me gusta en absoluto, prefiero el segundo concierto de Rachmáninov; si está tocado por Khatia Buniatishvili mucho mejor, que lo cortés no quita lo caliente. Pero no: en la parrilla “El Encuentro” tocaba el conjunto “Los del Fondo de la Parva” o algo así. El sonido era atroz, y a los acoples de rigor se sumaba que las guitarras cubrían la limitada voz de la cantante hasta su virtual aniquilación. “Disculpen”, se hacía perdonar la vocalista, que con frecuencia le acertaba al semitono de al lado, “pero los instrumentos se desafinan porque afuera hace mucho frío y aquí mucho calor”.
“¿Entonces por qué no cantan afuera?” pregunté yo, y recibí el primer codazo de la noche. La emprendieron contra una selección de chacareras, pero el sonido era tan malo que una chacarera doble bien podría haber sido una trunca, una simple, una cueca o “Casta diva” de Bellini. Otra vez María Calas (y gladiolos) atribuyó a los cambios de temperatura lo destemplado de las cuerdas: yo pregunté si eso incluía a las cuerdas vocales, y esta fue la causa del codazo subsiguiente. Nos sirvieron las empanadas, bastante mediocres por decir lo menos, y Gabriela se sirvió doble ración.
“¡Otra! ¡Otra!” celebraban los pueblerinos. “¡Otra! ¡Que cante otra!”, pedía yo, y consideraba seriamente ofrecer el costillar vacante para recibir codazos, cosa que me pareció de buen cristiano. Gabriela iba ya por las mollejas.
Cuando al fin sirvieron el asado -y eran las doce de la noche- sonó el himno nacional y hubo que ponerse de pie: claro, empezaba el 9 de julio. Solo un parroquiano no se levantó.
-¿Es uruguayo? -Pregunté a mi novia.
-No, es opa -respondió.
Mascamos concienzudamente un asado duro y terco. Yo me di por vencido, pero Gabriela no, qué va; pidió más papas fritas y después cerró la velada con un flan con crema y un café. Finalmente la cantora se apiadó de mis oídos. Si bien era muy mala, había que reconocer que los músicos eran peores. Empezaron a ejecutar, en el sentido amplio de la expresión, danzas nativas.
Entonces una cosa apareció clara y distinta a mis sentidos: salieron a bailar entusiastas de la danza, y a las chicas de Baradero parecía haberle crecido la delantera antes que los dientes. En particular había una rubia que se movía de manera muy sensual: hacía quiebres de caderas como si fuera una mulata y movía las manos con gracia sevillana; las tetas, eso sí, eran made in Baradero. Las ofrecía como un don para las manos y luego las hurtaba, apenas, con los ojos inyectados en deseo. No le podía sacar los ojos de encima. Se quitó el pulóver, quedó en una remera ceñida y se le marcaban levemente los pezones. Fue entonces cuando recibí la Madre de Todos los Codazos.
Noelia estaba furibunda- “¡Dejá de mirar a la rubia, pedazo de pajero!”, me exclamó a boca de jarro. “¡Es la hija del viejo Deretich, van a saber que tengo un novio mirón, qué vergüenza!”. Claro, en estos pueblitos se conocen todos, pensé yo. “No es como Zárate, que es la gran ubre, digo la gran urbe”. Evidentemente estaba muy turbado, más que de lo que suelo estarlo normalmente. Miré a Noelia, y su frente era una sola arruga. Afronté el riesgo cierto de tener que dormir afuera una noche en la que hacían cinco grados bajo cero.
Entonces llamé a la camarera y pagué la totalidad de la factura. “¿Qué, también sirven facturas?”, preguntó Gabriela. “Sí, para no hablar del chocolate”, respondí. Ablandé el duro corazón de Noelia como se los ablanda en estos casos, es decir: pagando como un nabo. Me extirparon ochenta y ocho mil pesos cara grande: me dicen mis amigos que está en precio. El agradecimiento de Noelia no tuvo límites, pero hacía tanto frío que no se me paró ni para cantar el himno nacional. Me fui canturreando la chacarera más triste del invierno: “Por la ruta a Santa Fe/ me fui volviendo a mi pago/ Por el frío y sus estragos / todo el camino lloré”.
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