Maldito Charles Atlas

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Propiamente un bebote, vea

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MALDITO CHARLES ATLAS

Por Leonardo Silveira

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Maldito Charles Atlas

Maldito Charles Atlas

 

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En mi infancia si querías gustarle a una chica, tenías que ser capaz de las proezas más audaces, o al menos eso decían los comics que leía, dónde todo era posible, máxime si hacías caso a los anuncios de la contra tapa final, dónde se ofrecían cursos por correo de toda índole: “Sea detective y resuelva casos como Columbo”, “Desarrolle su inteligencia a un nivel astronómico”, “Transforme su cuerpo de alfeñique de 44kilos en un Hércules moderno”. Y este último aviso me convenció.
Roxana era la chica más linda de la cuadra, su larga cabellera negra y esos ojos color miel me podían, cada vez que la veía comenzaba a temblar, sudaba frío, tartamudeaba y eso viéndola a una cuadra de distancia. No me atrevía a acercarme por temor a hacerme encima.
Era linda y ella lo sabía, los buitres del barrio se le acercaban y con una sonrisa los tenía comiendo de su mano, pero no le decía que “sí” a ninguno…salvo al Moncho, el patotero del barrio, un pibe con menos luces que la estación de Aldo Bonzi de noche, pero como desde chico ayudaba a su padre a cargar y descargar los camiones, su cuerpo era macizo y fuerte como mi deseo de vivir hasta llegar a viejo, no había chance de que lo enfrentase y saliera victorioso.
En el barrio se decía que alguien una vez osó mirarlo mal y él le fracturó la nariz de un cabezazo y que lo amenazó diciéndole
“no llores que te reacomodo el comedor de un tortazo”.

Pero si había algo que había aprendido de los comics es que no hay peor lucha que la que no se hace.
No podía permitir que el amor de mi vida se fuese con ese energúmeno, ella tenía, no, mejor dicho, ella estaba obligada a saber que había alguien mejor que ese troglodita. Así que me armé de valor y la fui a encarar…a mi vieja, para que me prestara 10 dólares, que era el valor del curso de Charles Atlas para transformar a mi cuerpo en sólo 30 días de un pobre alfeñique a un hombre hecho y derecho, aunque tuviera 12 años.
Luego de 3 meses llegó el curso por correo, yo ya me había olvidado de Roxana, pero al ver el paquete que me envió el mismísimo Charles Atlas, recobré el entusiasmo por conquistar ese pobre corazón confundido de esa montaña de músculo sin cerebro.

La carta de presentación prometía que en 30 días sería otra persona, más fuerte, y seguro de mi si seguía al pie de la letra sus indicaciones.
Los 30 días pasaron volando entre la semana y media con gripe, y los 5 días de reposo por patear con el dedo gorde del pie la pata de la cama, me quedaron solo 15 días para hacer la transformación.
Le metí garra pero los grandes músculos jamás llegaron, si un dolor infernal de brazos y piernas.

Ahora viéndolo a la distancia, no se porque me apuré a enfrentar a Moncho, podía haber entrenado varios meses antes, si total Roxana no sabía lo que sentía por ella y Moncho no sabía de mi existencia, pero el amor adolescente es así, impetuoso, arriesgado, sin planificación previa. Así que me lancé con lo que tenía, lo cual no era mucho más que un ego inflado por las palabras de Charles Atlas.

Los esperé en la esquina dónde siempre se juntaban, a lo lejos los vi discutiendo, él la empujó y ella cayó al piso, era mi momento y la excusa perfecta para hacer mi aparición, defendería el honor de mi amor, le grité
Así que te gusta pegarle a las mujeres, vení y pégame a mi si sos macho.
Moncho levanto la mirada, no mucho porque yo era bastante petiso a esa edad, y con su escaso vocabulario me respondió -¿Lo qué?
-Que te vas a arrepentir– le respondí.
Un tanto confundido me repreguntó.
-¿A mí me habla? – (Las “eses” eran opcionales en su habla).
-Sí, a vos te digo, además de bruto ¿Sos hipoacúsico también?
-¿Lo qué?
La falta de WD40 en su sinapsis hizo imposible continuar el intercambio de amenazas, así que opté por pasar a la acción, corrí hacia él intentando derribarlo, pero el dedo gordo del pie, aún débil, me jugó una mala pasada y caí de boca a sus pies rompiéndome dos dientes. Moncho tratando de entender aún quien era yo y que quería, se agachó y me levantó del cuello de la remera con una mano, yo con mi nueva ventilación dental, lo insulté pero mis palabras sonaban como silbidos además de que salivaba con sangre, esto pareció molestarle a Moncho y cuando levantó su mano para reacomodarme el resto del mobiliario dental, su padre, que había presenciado cuando empujó a Roxana, lo agarró de la oreja y literalmente lo cruzó de calle a patadas en el culo.
Roxana atónita ante lo ocurrido se acercó y me dio las gracias por defenderla y me invitó a tomar la leche a su casa.

Al poco tiempo nos pusimos de novios o al menos eso creí. Ella se la pasaba dándome ordenes, trae esto, hace aquello, eso no me gusta, cambialo, no me mires así, llévame la mochila, no mires a esa, te dije que lo hicieras así, no me haces caso, todos los hombres son iguales…
Los años pasaron y un día me dijo que descubrió que tenía otros intereses y que yo no era uno de ellos, y se declaró lesbiana.

Quedé devastado.
Sí, ya sé que me trataba mal, me pegaba y me insultaba, pero también sé que lo hacía por mi bien.
¿Cómo no lo vi venir?
Tal vez debí sospechar cuando la encontré revolcándose con mi hermana en mi cama, pero me dijo que estaban jugando.

Pero la vida te da revancha, hace unos días me encontré con Moncho en Facebook, ahora es Couch ontológico y da seminarios para superar las crisis. Comienzo el lunes.
Charles Atlas ¿Sabes qué?, la tenés adentro.

 



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