El Circo Insolado de Richard y Dinamita

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Había una vez un circo. O casi…

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EL CIRCO INSOLADO DE RICHARD Y DINAMITA

Por Gabriela Martínez

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El Circo Insolado de Richard y Dinamita Humor a la Wargon IX

El Circo Insolado de Richard y Dinamita 

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Atesoro de mi paso por la docencia infinidad de anécdotas inauditas e inolvidables. Eran épocas y gestiones municipales que hacían hincapié en sacar a los niños del aula, llevarlos de paseo. Así fue como llegó la “invitación” comunicándonos que un colectivo pasaría por la escuela a tal hora de tal día para llevarnos al circo. La algarabía fue contagiosa entre los chicos al enterarse de semejante acontecimiento, mientras yo puteaba porque estaba la posibilidad de volver con algunos menos, ya que al abrir el portón de la escuela disparaban como en San Fermín, pero sin toros.

Llegó el día, la ansiedad reinaba, las expectativas eran demasiadas. El viaje fue bastante tranquilo, amenizado por el repertorio clásico:

“Chófer, chófer, chófer, no mire para atrás, que está la seño Gabi y se puede enamorar”.

Que no mire mejor, un impresentable, pensaba yo.

Llegamos al lugar, y la imagen de lo enclavado en ese predio puso freno al griterío. Una carpa de lona casi transparente por el paso de los años y la nula inversión, medio ladeada, como mal armada. Carente de ingreso principal, una parte de la misma levantada y sostenida por un caño oxidado indicaba el acceso.

La imagen del Cirque Du Soleil se desplomaba en mi cabeza mientras los chicos se impacientaban ya desilusionados. No había camiones típicos de circo, ni jaulas con animales, ni luces, ni carteles. Inquietados, me empezaron a preguntar el por qué de la ausencia de ellos. Yo tiraba respuestas incoherentes. Eran niños, no boludos.

De la austera carpa salió un señor con un traje colorido y arrugado, su cara pintada como la de mi tía saliendo del baile del club de abuelos a las seis de la mañana y una pierna enyesada. Sí, juro que el yeso le llegaba hasta la ingle, pero intentó darlo todo en la bienvenida.

Una vez adentro, ubicados en unas sillas de chapa oxidada sobre un piso de granza, el pseudo payaso que nos había recibido tomó el micrófono y anunció un número de extrema peligrosidad: ¡Acrobacia en altura! Sonaba una música circense que prometía adrenalina en exceso y, dejando el micrófono a un costado, comenzó a trepar unas sogas. Sí, él hacía de acróbata también.

Los chicos silbaban y yo intentaba persuadirlos para que aplaudan y valoren el coraje del pobre infeliz. Poco pude.

Al culminar el número, retomó la locución para presentar lo que sería el plato fuerte que prometía risas a granel con el gran payaso “Richard y su mona ‘Dinamita’”. Sí, era él nuevamente, pero esta vez acompañado de lo que alguna vez fuera un chimpancé. Con pocos pelos y con actitudes propias de un barra brava, mirando al público hacía señas obscenas y propinaba escupitajos. Lejos de controlarse, los chicos comenzaron a lanzarle todo tipo de objetos y en unos segundos era una batalla campal hasta que el chimpancé se arrojó sobre la directora, más precisamente a su peluca.

En medio de los gritos reiterados “¡soltá eso, culiaaaaa!”, un enano trozudo de slip amarillo y despeinado, con signos de haber sido obligado a interrumpir su siesta, lanzó un par de tiros al aire y logró poner orden. “Dinamita” optó por esgrimir la blonda peluca como trofeo a la vez que se golpeaba el pecho con la otra mano, mientras algunas maestras consolaban a la ya calva mujer.

El caos duró unos minutos y la calma total volvió cuando le convidaron al mono un vaso de Pritty. Yo no podía contener la risa y los chicos comenzaron a increparme:

“Vela, de qué se ríe, seño, tá chomazo esto”. “Da ocote, seño, este circo”. “Vámonos a la bosta, seño, usted sola se divierte”. “¡¿Pa qué nos trajo, seño?!”.

El payaso, exhausto y derrotado, avisó que haría un descanso para que compremos delicias y bebidas frescas. ¿Saben qué? Sí, el que vendía manzanitas acarameladas y gaseosas era él mismo.

A esa altura, me daba vergüenza que los niños notaran que literalmente me estaba meando de risa.

Richard sí se dio cuenta, creo. El mono también.

Juré no volver a pisar un circo. Los chicos juraron conmigo.

 



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